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Columna de opinión de los académicos Juan Pablo Luna, Instituto de Ciencia Política y Escuela de Gobierno de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Rodrigo Medel, Departamento de Política y Gobierno Universidad Alberto Hurtado.
Fuente: Terceradosis.cl
Durante los ‘80 y en el marco de las transiciones en América Latina, distintos liderazgos enfatizaban en sus discursos que la llegada de la democracia no significaba meramente la institucionalización de un nuevo régimen electoral. Tal vez el caso más recordado lo constituya el discurso que pronunció Raúl Alfonsín al momento de asumir la Presidencia Argentina: “Con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura», afirmó. Patricio Aylwin, en su histórico discurso en el Estadio Nacional de 1990, también prometía que la representación democrática permitiría “elevar a niveles dignos y humanos la condición de vida de los sectores más pobres; cuidar de la salud de nuestros compatriotas, lograr relaciones equitativas entre los actores del proceso económico, abrir a nuestros jóvenes acceso a los conocimientos y oportunidades de trabajo”. Así,las transiciones a la democracia prometían nuevos derechos políticos (participación democrática), pero también la institucionalización de un paquete de derechos con mínimos universales de ciudadanía civil (acceso menos desigual a la justicia, por ejemplo) y social (derecho a la salud, entre otros). Los chilenos y chilenas abrazaron esa promesa, lo que se reflejó en un progresivo apoyo a la democracia por sobre otras formas de gobierno durante los ‘90…
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