Es sábado, seis de la tarde y el colegio San Alberto de la población Los Nogales de Estación Central abre sus puertas para recibir a más de cien alumnos que llegan puntuales y sonrientes al curso de español y cultura chilena para haitianos-nivel elemental. Algunos llegan en bicicleta, otros caminando, con amigos o en familia. Son mujeres y hombres de 15 a 38 años que hablan francés, inglés y creole, pero casi nada del “hola cómo estai”, tan propio del chileno. Estar con ellos es como ser turista en un pueblo caribeño, de esos donde una sonrisa amable es clave para empezar el encuentro.
Parte de la historia común de estos jóvenes es que son esa minoría de inmigrantes que hablan tres idiomas, pero no español como es lo típico de extranjeros de otras latitudes latinas. Sin saber saludar, llegan con lo puesto a un país muy distinto al suyo. Pero, frente a esta diversidad, suman ganas de insertarse laboralmente lo más rápido posible. Una necesidad vital es entender cómo funcionamos los chilenos, que por lo demás tenemos códigos muy propios como es: la letra chica de los contratos de arriendos, el valor del peso, el uso de la tarjeta bip más las leyes que dejan claro qué derechos tienen los extranjeros en esta tierra.
Parte de eso, se les enseña en este curso. Así lo explica el jesuita Dagoberto Lagos, uno de los coordinadores de la Red Apostólica Ignaciana de Estación Central. “El propósito de este proyecto es ser la puerta de entrada al país de este grupo de personas que presenta dificultades propias como es no saber el idioma, lo entendemos como un espacio colaborativo y de acogida”, cuenta.
Suena el timbre, los alumnos se agrupan según el nivel de español, unos quedan en principiante, otros en nivel medio. Los profesores, que son estudiantes de Educación Básica de la universidad Alberto Hurtado, entregan indicaciones y una guía con los contenidos de la jornada que dura de 6 a 8 de la tarde más un coffe break de unos 20 minutos. Pasan lista. La clase empieza.
“¿De dón-de eres?=¿De dón-de vienes?, le pregunta lentamente una de las profesoras. Una chiquilla de 15 años responde: “Yo- soy- de- Haití”.
Con el tiempo se sumaron voluntarios y este 2016 se formalizó bajo la cautela de la carrera de Educación Básica de la Universidad Alberto Hurtado (UAH) en conjunto con el Colegio San Alberto, el Centro Universitario Ignaciano (CUI) y el Servicio Jesuita de Inmigrantes. Se pensó en darle un status académico. El curso es un ramo optativo de formación general de la malla de educación básica para estudiantes de cuarto y quinto año. “Que los alumnos aplicaran sus competencias, se comprometieran y tuvieran la experiencia en terreno es uno de los objetivos”, explica Alejandra Morales, Directora Educación Básica de la Facultad de Educación de la UAH. “La universidad forma profesionales que necesitan territorio para investigar y aplicar conocimientos, nosotros le facilitamos ese territorio, por eso esta alianza funciona”, concluye Dagoberto Lagos.
Superar el voluntariado fue un desafío clave por la responsabilidad de parte de las instituciones involucradas, comenta Andrea Espinoza psicóloga y encargada del Área Social del Centro Universitario Ignaciano (CUI). “Cada clase tiene dos profesores por sala, de no más de quince alumnos, se imparte los días sábado en la tarde porque muchos extranjeros trabajan y los jefes no les dan permiso para salir más temprano. El objetivo es aprender a hablar y también manejar aspectos culturales de los chilenos”.
Berline Coimin, haitiana, es secretaria de la parroquia, lleva más de diez años en Chile y actualmente estudia Trabajo Social en la Universidad Alberto Hurtado. En su rol de intermediaria entre la iglesia y los organizadores del curso despeja dudas y les informa de horarios y la programación de las clases. Ella llegó a Santiago el 2003 como novicia de una congregación religiosa en la capilla Pablo VI: “Este curso es un gran oportunidad de integración porque no es fácil llegar a un país sin saber el idioma, las personas llegan muy desvalidas”, señala.
Ignacio Soto, uno de los primeros voluntarios del programa, cuenta que este curso partió de la base de conocer el dolor de los migrantes haitianos porque le tocó vivir en la población Los Nogales: “Las familias viven en una pieza de 3 a 5 familias, pagando precios fuera de lugar y en condiciones indignas compartiendo dos baños y en condiciones simplemente inhumanas”, comenta. Dolido e indignado frente a esta realidad se enteró que existía una misa en creole. Fue hasta la parroquia y ahí conoció a Juan Diego Galaz SJ, a Berline Coimin y a Erick Lundy. “Partimos con 60 participantes y hoy día ya son cerca de 120”, comenta. Sus alumnos aprovechan la clase al máximo, concentrados y sin miedo a equivocarse.
“Yoooo-soy- hai-tiano”, se escucha repetir a coro en una de las salas. Luego se desarrolla una discusión entre los haitianos sobre la traducción de una frase, un joven explica que el creol del norte no es el mismo que en el sur. Se intenta profundizar en qué significa: “Mwen pa vle fanmi m yo trete seryezman”. Los profesores chilenos repiten una y otra vez la pronunciación que no es para nada fácil.
Para los hurtadianos estos encuentros suman conocimiento de una lengua muy distinta además de realidades sociales crudas. Así lo explica, Andrea Seco alumna de cuarto año de Educación Básica de la Universidad Alberto Hurtado, para ella las clases son una profunda reflexión de la necesidad inalienable de aprender del otro y con el otro en un proceso humano: “Poder utilizar el recurso de mirarse a los ojos para lograr entenderse ha sido una experiencia de aprendizaje tan bonita que la repetiría varias veces más”, comenta.
Para Paz Oyarzún, también alumna de cuarto año de Educación Básica de la Universidad Alberto Hurtado, estos adultos son personas que han venido a Chile escapando de una crisis política profunda que se vive en su país con separaciones familiares muy duras. Uno de sus alumnos le contó que tenía una hija de cinco meses a la que no veía desde que nació y que si todo salía bien, podría traerla junto a su novia a nuestro país. “Admiro mucho el valor y la felicidad que irradian, porque a pesar de que no les toque una vida fácil, luchan por salir adelante y no bajan sus brazos para poder tener una mejor calidad de vida”.
El estudiante de derecho de la UAH, Mauricio Jullian, también voluntario destaca el tremendo desafío que es trabajar con inmigrantes. A él le ha significado conocer una realidad que poco y nada sabía. Este grupo de haitianos ha viajado miles de kilómetros con la esperanza de mejorar las condiciones de vida de sus familias, y al llegar a nuestro país se encontraron con numerosas formas de abuso y desprotección. Muchos tienen títulos universitarios que no se les reconoce. “La experiencia ha sido tremendamente enriquecedora considerando los desafíos pedagógicos que plantea, hemos tenido que aprender algo de creol (que es el dialecto que se habla en Haití) y desarrollar métodos innovadores que hemos ido abordando con ayuda de las coordinadoras Andrea y Alejandra quienes han estado siempre disponibles para escuchar y atender a nuestras propuestas”. Por otra parte, la calidad humana es otro de los factores más enriquecedores, los haitianos son alegres y muy simpáticos. ¿Y cómo les va con el creol a los universitarios chilenos? “Es complejo”, dice Ignacio Soto. Pero los haitianos, los más jovencitos, tienen muchas habilidades de desarrollar idiomas porque de muy pequeños practican de forma obligatoria en el sistema escolar haitiano francés e inglés.
Las clases terminan de noche. La parroquia Santa Cruz despide a un fallecido, en las calles se ve muy poca gente, está muy oscuro, sin embargo la luna está llena e ilumina el patio del colegio San Alberto. Alumnos y profesores se dan las gracias y se despiden. Los estudiantes haitianos forman un círculo y cantan su himno nacional. Este ritual es respetado por los coordinadores que escuchan en silencio. La mayoría mira el cielo, otros el suelo que en este lugar, es tierra amable para haitianos y chilenos.