Estupor, desconcierto, y desazón parece ser el sentir de una parte importante de diversos actores y de la opinión pública internacional que, silentes y espectadores, presencian el arribo a la presidencia del país más poderoso del mundo, de un personaje que fue hasta hace poco ajeno a ese sistema político. La retórica violenta e insufrible de su discurso de campaña, de cara a un electorado desencantado de su clase política, clarifica su triunfo, pero tiende un manto oscuro sobre las posiciones que asumirá la política exterior de Washington.
Si bien la región de América Latina nunca estuvo en el centro de su agenda de campaña, ciertos aspectos claves relacionados con la redefinición del rol de Estados Unidos en el mundo, aunque trazados contradictoriamente por el futuro gobernante, tienen implicancias en estas relaciones: migrantes e indocumentados, proteccionismo comercial, cuestionamiento a la normalización de relaciones con Cuba. Es por eso que hoy América Latina se encuentra en estado de alerta.
El derrumbe histórico del peso mexicano, desatado momentos antes de la proclamación del triunfo del candidato republicano, ha sido la primera evidencia de preocupación. Luego, la formalidad de los saludos protocolares, expresados al mandatario electo en el lenguaje propio de la diplomacia, no esconden la cautela que inunda hoy a los gobiernos de la región.
En consecuencia, así como no se avizoran en el horizonte inmediato relaciones cooperativas entre las Américas, al parecer tampoco se podría advertir de tensiones o conflictos. Empero, lo impredecible de las políticas que Trump desplegará en la región denotan el ambiente de incertidumbre que hoy se ha instalado en el panorama latinoamericano.