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Genuino desconcierto masculino: consejos para hombres

Columna de opinión de los académicos María Alejandra Energici y Nicolás Schöngut de la Facultad de Psicología UAH.

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Las demandas feministas han instalado un debate que llegó para quedarse. Estamos ante un cambio cultural; prácticas sociales hasta el momento aceptadas e incluso promovidas en algunos grupos pasan a ser sancionadas socialmente. Aquello que podíamos esperar y asumir como el funcionamiento normal o típico del mundo se vuelve problemático, por ejemplo, gritar un piropo en la calle ahora genera todo tipo de controversias.

Aspiramos a que exista una sensación de pérdida y desorientación, y que esto genere las más variadas reacciones. Sin entrar en las respuestas más peyorativas que consisten reírse, burlarse o desacreditar todo este cambio cultural, esta columna la dedicamos al genuino desconcierto masculino. Esto es, la reacción de no saber qué hacer. Hombres que dicen no saber cómo actuar en este nuevo escenario, que se sienten constantemente amenazados o en riesgo a ser acusados de realizar una acción indebida sin saber que lo estaban haciendo. En este espíritu, nos permitimos un par de recomendaciones.

Primero, no se victimicen. Una de las reacciones ha sido la tendencia a la victimización. Por ejemplo un comentario que se ha dejado oír estos días: “ya no se puede decir nada”. Sí, efectivamente deben tener más cuidado con lo que dicen. Sí, efectivamente lo que antes era un chiste, puede ser ahora una ofensa. Sí, se debe tener más cuidado. Pero eso está lejos de significar que no pueden decir nada, implica únicamente que tienen que tener más cuidado con lo que dicen. Históricamente los hombres han tenido la posibilidad de decir todo lo que han querido, en el espacio que hayan estimado conveniente. El ejemplo más concreto es el acoso callejero (o conocido popularmente como piropo); decir lo que se piensa sobre un cuerpo femenino y ajeno en la calle, sin pensar en los efectos en la persona que lo recibe. En contraste, las mujeres hemos tenido que hacer históricamente lo contrario: no podemos decir cualquier cosa, a cualquiera o en cualquier parte. Estamos acostumbradas a vivir con ese cuidado de no ofender (muchas veces porque nos pone incluso en riesgo físico). Tener cuidado con las palabras no es restringir la libertad de expresión, sino más bien pensar en los efectos de lo que dicen. ¿Esto implica perder el privilegio de decir lo que se quiera en cualquier lugar? Por supuesto, pero están lejos de ser las víctimas. No tener claro qué se puede decir en una situación no es comparable a las injusticias que hemos sufridos mujeres y las diversidades sexuales históricamente. 

Por otra parte, no se espanten con la rabia. La rabia ha sido una emoción tradicionalmente puesta en lo masculino. Es desconcertante que la rabia aparezca en mujeres, no sabemos qué hacer ante la rabia en individuos en que no esperamos que aparezca. De hecho, en redes sociales circula el apodo “feminazi” que caracteriza a las mujeres como rabiosas e irracionales haciendo demandas absurdas y desproporcionadas. Nuestro consejo frente a la rabia es preguntar. Preguntar qué le habrá ocurrido a esa mujer para estar tan enojada. Muchas mujeres están enojadas, estamos enojadas, porque somos cada vez más conscientes de algunas injusticias que incluso a nosotras nos parecían naturales. No se enfoquen en la rabia, sino en las injusticias que la provocan. Deslegitimar la rabia sólo la aumenta, validarla ayudará a tramitarla, a que pase, a que podamos hacer algo con ella. Este también es un llamado a escuchar y comprender, por sobre hablar y opinar.

Este es importante, cedan el reconocimiento. Los hombres son sujetos de reconocimiento más fácil que las mujeres. Tienen que trabajar menos que las mujeres para obtener los mismos reconocimientos. En términos sencillos, es más fácil llegar a jefe si se es hombre que mujer. Así, sean activos en ceder el reconocimiento a sus compañeras, pidan mujeres en sus trabajos, pidan que se les pague lo mismo. Hay hombres que han cedido parte de sus salarios para igualar los de sus compañeras. Esto es harto pedir, pero una sociedad más justa nos beneficia todos. Preocúpense de que se nombre a sus compañeras, su trabajo, lo que hacen. Que sea tan visible y valorado como lo que hacen ustedes. Si hay una mujer que puede hacer el trabajo mejor que ustedes, díganlo, promuévanla. No acepten el trabajo.   

Además esto no sólo corre en lo laboral. También es importante participar, y no ayudar, en las labores del hogar y del cuidado porque les corresponde, sin esperar ser héroes de una causa, ni exigir un reconocimiento por algo que es una obligación. No son excelentes personas por hacer una cama o cuidar a sus hijos. Simplemente cumplen con su deber. Las mujeres tradicionalmente no hemos sido reconocidas por esa labor, entonces no esperen felicitaciones por hacerlo ni dicten cátedra moral de que son mejores hombres porque lavan platos. Háganlo con el mismo sentido del deber con el que van a trabajar.

Por último, participen. La justicia nos compete a todes. Las temáticas de género han sido instaladas por mujeres y diversidades sexuales porque son los grupos que históricamente han sufrido las injusticias, la violencia y la discriminación, pero no son asunto exclusivo de estos grupos. El poder, la injusticia y el privilegio alguien lo ejerce. Pero esta participación no puede ser reemplazando u opacando el trabajo de las mujeres, debe enfocarse sobre las funciones y prácticas propias de los varones. Reflexionen sobre sus privilegios, piensen cómo democratizarlos, dimensionen que su pérdida individual puede no ser tal si se considera lo que es vivir en una sociedad más justa. No se puede vivir en tal sociedad si los privilegiados no ceden parte de sus privilegios. En este sentido, los necesitamos. Pero de una forma distinta en la que los hemos necesitado históricamente, no queremos que nos rescaten, los necesitamos demandando con nosotras sin ocupar nuestros espacios.

 

María Alejandra Energici

Nicolás Schöngut

Facultad de Psicología Universidad Alberto Hurtado

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