Por Carmen Sepúlveda
Alejandra Falabella, Directora del Departamento de Política Educativa y Desarrollo Escolar de la Facultad de Educación UAH.
Es una de las voces más críticas de la efectividad que tiene el Sistema Nacional de Evaluación de Resultados de Aprendizaje, más conocido como SIMCE. Es Alejandra Falabella, actual Directora del Departamento de Política Educativa y Desarrollo Escolar de la Facultad de Educación de la Universidad Alberto Hurtado, quien luego de realizar vastas investigaciones, explica que el SIMCE es una política de rendición de cuentas asociada a premios, beneficios y sanciones, éstas últimas tan brutales como dar bonos a docentes hasta, eventualmente, cerrar escuelas cuando a los alumnos les va mal. Falabella acusa al sistema de poner en jaque a docentes y a alumnos, quienes exigidos por rendir lo máximo posible, alteran los procesos de aprendizaje.
“Las presiones del Simce se distribuyen de forma distinta en los colegios, siendo los niños más pequeños los más manipulables y los que reciben mayor presión para desempeñarse exitosamente en la prueba”, explica.
Aumenta la brecha
Como Doctora en Sociología de la Educación de la University of London, Institute of Education, Alejandra Falabella sostiene que el caso chileno derivado del “Sistema de Aseguramiento de la Calidad” que lleva tres décadas, es ineficiente primero porque genera un gasto enorme de dinero para el Estado, reproduce efectos nocivos en el clima escolar y a nivel social las políticas legitiman y acrecientan diferencias, en vez de disminuirlas: “Llevamos treinta años evaluando la escuela con un presupuesto que hoy es de 18 mil millones y los avances no son significativos. En ninguno de los establecimientos se producen cambios duraderos que potencien las capacidades internas. Estamos ante la situación en que la evaluación genera un problema, en vez de solucionarlo”, sostiene.
Según la académica, está bien que un país tenga un instrumento de evaluación de una política pública como es la educación, pero esta debería ser muestral, cada tres años, que permita ver los avances en el tiempo y las diferencias entre tipos de colegios: “La evaluación estandarizada sirve para evaluar a las políticas públicas, al Estado, pero no a las escuelas, para ello se requiere otro tipo de evaluación”.
Según informó el Consejo Nacional de Educación las pruebas nacionales para el periodo 2016-2020 se redujo en un 50%, y ahora son ocho o 9 pruebas nacionales, lo que se debe entender como que un estudiante rendirá alrededor de tres test a lo largo de toda su trayectoria escolar.
¿A quién beneficia?
Según los resultados, beneficia a los colegios que atienden a niños y niñas de familias de clase media y media alta, pero castiga a las escuelas de niños y niñas más pobres que sufren tensiones “porque los resultados se dan en bruto, no por valor agregado, por lo tanto la tarea es significativamente más difícil para esa escuela vulnerable con profesores que tienen una realidad muchísimo más compleja en el día a día”.
¿Qué deja de enseñar un profesor para cumplir con la meta SIMCE y figurar entre los mejores de un ranking?
Según Falabella, parte de las prácticas nocivas del Simce es que reduce el curriculum lo que va en contra de la literatura actual de buen aprendizaje. Se dejan fuera habilidades centrales para el proceso educativo como es la expresión oral, las habilidades creativas y la construcción del pensamiento crítico. “No dejamos a los docentes enseñar porque los llenamos de exigencias, burocracias y presiones derivadas de esta ansiedad. Hay que dejarlos tranquilos, el aula es de ellos, dejemos que con buenos soportes profesionales desarrollen su labor educativa ”.
El gran fracaso
Las investigaciones actuales demuestran que el SIMCE implica una responsabilización injusta, la calidad escolar no se puede medir a través del aprendizaje de los niños, sino que implica una concepción mucho más compleja que involucra variados elementos, como por ejemplo, las prácticas pedagógicas e interacciones en el aula, las oportunidades de aprendizajes de los alumnos, los avances en el aprendizaje considerando sus puntos de partida, etc.
“Es como pedirle a un médico que su calidad pasa por la cantidad de operaciones exitosas que realiza, pero ese éxito va a depender de muchas factores, de la maestría, pero también de la salud del paciente, sus hábitos de vida, entre otros múltiples factores”, dice la académica.
¿Cómo reemplazar esta prueba?
La propuesta es simple: pensar en políticas más diferenciadas y flexibles, de acuerdo a las necesidades y características locales. Evaluar a nivel territorial local con un mecanismo que entregue recomendaciones, enriquezca y desafíe a los establecimientos. Para eso podrían tener líderes pedagógicos que miren, evalúen y asesoren a la escuela, que estén preocupados de capacitar a los profesores y mejorar la formación continua docente.
En definitiva, formular un tipo de medición profesionalizante que apoye a los docentes para trabajar en los aprendizajes futuros sobre temas especiales, tales como la evaluación vinculada a objetivos transversales, multiculturalidad y competencias sociales. Y una estandarización que evalúe la política pública y no a la escuela, porque hoy el Simce responsabiliza a los profesores y no al Estado de los malos resultados. En definitiva, la tarea es armar una prueba que no estigmatice, que no rankee y que no castigue.
Los estudios que se realizan en el Centro de Investigación de Desarrollo Educacional (CIDE), de la Facultad de Educación de la Universidad Alberto Hurtado van por el camino de transformar el ethos de la escuela enfocada al saber, medible, cuantificable que identifique qué se pone en tensión con la diversidad, con la inclusión, y cómo se implementan en distintos contextos, desde establecimientos con más vulnerabilidad social hasta los que tienen más innovaciones no academicistas.
Un modelo importado
Alejandra Falabella estudió su doctorado en Inglaterra en el 2005 justo cuando en Europa el debate nacional era la eficiencia de las pruebas internacionales estandarizadas. En esa época padres y profesores ingleses se movilizaron porque estos exámenes daban los resultados por niños y eso tenía consecuencias, por ejemplo si pasaban o no de curso o si podían o no postular a la universidad. En ese ambiente donde la educación se puso en el centro del debate nacional, la académica se hizo las preguntas fundamentales en función de lo que pasaba en Chile. Tal como observó, estas pruebas se expandieron como una epidemia y parte de la historia del Simce en Chile surge de la misma manera en el año ‘88.
“La política Simce llegó a ser muy ambiciosa y se ha mantenido hasta el día de hoy, nacieron los bonos, las metas, los puntajes y los lugares en el ranking a los profesores. El año 2014 llegamos a tener 17 pruebas por año. Y la gran pregunta es si todo este esfuerzo país vale la pena, o si estamos perdiendo dinero, energía y tiempo y requerimos buscar otro modelo”.
Finalmente, al obligar a los niños y niñas a rendir pruebas como el Simce, se legitima un sistema que ni siquiera logró cumplir su objetivo esencial que es la calidad educativa. A 30 años de esta política, la conversación vuelve a hacer la misma: qué entendemos por calidad y qué tanto impacta la educación en el desarrollo humano.