“Ser antropóloga hoy es estar en permanente reflexión”, dice Francisca Vidal, alumna de la Universidad Alberto Hurtado que luego de haber aprobado una exigente malla curricular, se graduó y fue reconocida como la mejor de su generación. Frente a la pregunta: ¿Qué habilidades necesita un joven para estudiar esta carrera? Responde que cualquier persona que quiera dedicarse de por vida a esta carrera, debe tener el deseo de conocer y comprender diversas realidades y fenómenos sociales desde perspectivas alternativas. Lo que implica salirse de los márgenes que entrega la historia formal: “Una de las principales críticas que se le puede hacer a la antropología es que se trata de una disciplina demasiado academicista y elitista. Por lo mismo, considero que un estudiante de antropología no sólo debería contar con el pensamiento crítico, sino que ser capaz de conjugar esas habilidades en prácticas concretas y cotidianas”, dice.
En cuanto a los mitos que rodean a los antropólogos, Francisca cuenta que se derrumban una vez que termina la mirada romántica generalizada sobre el quehacer: “A muchos de nosotros y nosotras nos convenció la oportunidad de salir a terreno fuera de Santiago y la experiencia de compartir cotidianamente con otras comunidades. Sin embargo, al entrar a la carrera una se da cuenta que esa es apenas una de las dimensiones del quehacer antropológico. No se trata de ser sociable o “llevarse bien” con las personas; claro que esa es una cualidad súper importante, pero el trabajo con personas, organizaciones, comunidades o cualquier tipo de grupo social, implica una serie de habilidades y criterios que no se resuelven en la “buena relación” con el otro u otra. Entonces, creo que uno de los principales mitos que se derrumban es ese, y el de la figura del buen salvaje, o en términos más actuales, del buen pobre. Idealizar a las y los sujetos con los que trabajamos (o más fríamente, estudiamos) como personas puramente nobles o unidas entre sí, sería otra forma de inferiorizarlos; quitarles agencia y deslegitimizar sus formas de comprender su propia realidad. Creo que estas ideas son profundamente peligrosas para la disciplina, ya que en el futuro podrían traducirse en el egreso de profesionales con enfoques asistencialistas que solo reproducen el sistema de pobreza y desigualdad en Chile”.
Estudiar 5 años una malla exigente implicó hacer ramos como Laboratorio de Etnografía (III y V particularmente), que si bien no son tan complejos exige traslados y viajes. Francisca estuvo en la VIII región del Bíobío y en Mendoza, Argentina. “Los laboratorios de etnografía, para mí, fueron los momentos en que reafirmé el deseo de convertirme en antropóloga”, aclara.
Su tema de tesis fue de lo más relevante en términos actuales porque puso en diálogo a la iglesia con la política: “Constructores de iglesia y fe desde la población: Acción política y comunitaria en la comunidad cristiana Cristo Liberador de la Villa Francia” fue un estudio etnográfico de la comunidad cristiana católica (Cristo Liberador) de Villa Francia. Investigó las formas de politicidad o hacer política a partir de la manera en que las y los pobladores hacen y entienden la iglesia de Dios, en un contexto de violencia y segregación urbana, como lo es esa población emblemática de Santiago.
Parte de las conclusiones que sacó fueron “que si bien los movimientos sociales y políticos se han transformado (o han mermado) en la actualidad (en comparación con la década de los ochenta, donde la oposición y crítica social se encarnaba mucho de manera mucho más fuerte en los cuerpos de las y los pobres del Chile), estas no han desaparecido en absoluto. Existen hoy en día otras formas de entender la realidad social, y estas se reflejan en organizaciones sociales que, a través de la acción comunitaria, definen una ética de vida donde la esperanza y la dignidad pasan a significar y dar sentido a la vida de cristianas y cristianos pobladores.
Por último, en el área laboral a Francisca le interesa desempeñarse en el área de la antropología aplicada: “Me entusiasma poner en práctica las herramientas metodológicas y teóricas que aprendimos durante los últimos años. Darle un sentido y una posibilidad práctica a la mayoría de las cosas que aprendí. Espero como profesional desarrollar día a día la capacidad de conjugar esos dos caminos (teoría y praxis) en función de un trabajo comprometido, situado y que constantemente se cuestione las dimensiones éticas”, concluye.