A Piñera la crisis le estalló en la cara: quince muertos, casi cien heridos a bala y cerca de mil quinientos detenidos. Las movilizaciones y revueltas de distintas clases sociales apuntan contra el gobierno pero también contra el sistema político completo. Es la indignación por el abismo que separa a la gente de a pie de sus representantes y las instituciones. Cristóbal Peña y una crónica urgente sobre las últimas horas de un movimiento que no tiene líderes políticos pero exige una demanda común: la dignidad de los que vienen.
Entre la multitud que colma Plaza Italia, en el centro neurálgico de Santiago, una pareja de hermanos sostiene un cartel en el que horas atrás escribieron a mano alzada las motivaciones para salir marchar en la cuarta jornada de protestas populares en Chile:
Por la salud de mierda que te dejó partir, mamita. Por ti.
Como en tantos otros casos, el sistema de salud público chileno abandonó a su suerte a la mamá de los hermanos Soto Toro. Hace tres meses murió postrada, en estado vegetal, después de esperar una intervención quirúrgica que pudo haber evitado un segundo accidente cerebro vascular: ese último ataque terminó con la vida de la mujer y no dejó más que tristeza y deudas en la familia. Y aquí están hoy Laura y Patricio Soto Toro, con rostros serios y frente en alto, levantando un cartel en una tarde soleada de lunes que marcó un nuevo rumbo en las inéditas y más intensas protestas sociales desde el retorno a la democracia en Chile, hace casi treinta años.
Pese al empeño del gobierno por criminalizar las protestas sociales, poniendo el acento en los graves desmanes y saqueos que militares y policías han sido incapaces de contener, el lunes el descontento popular terminó de expandirse a todo el país. Y no sólo eso. Mientras miles de personas marchaban por las principales ciudades en demanda de reformas severas, una gruesa columna de manifestantes llegaba al corazón del barrio alto de la capital, cosa completamente inédita.
En ese sector conocido como Los Militares, reducto tradicional de la derecha donde solían desfilar columnas y caravanas de adeptos a la dictadura y el mismo general Pinochet, que vivía en el barrio, ahora había manifestantes que gritaban consignas y hacían sonar ollas y sartenes en contra del gobierno de la coalición de derecha del presidente Piñera. Llegarían a lo más alto de la ciudad, hasta los faldeos de los cerros precordilleranos, se rumoreaba, donde estaba la casa del presidente y de alguno de sus ministros, pero al poco de pasar por la Escuela Militar fueron rodeados por soldados de infantería en traje de comando y tanquetas.
Hubo disparos de advertencia, bombas lacrimógenas, gritos de pánico, correteos por plena avenida Apoquindo. Hubo una imagen que retrotrajo a los peores días de la dictadura y que no tardó en recorrer canales de televisión abierta y redes sociales.
Militares con armas de guerra se desplegaban por la principal avenida del barrio alto de Santiago para reprimir manifestantes, residentes del barrio algunos, a un par de horas de que comenzara el tercer toque de queda desde el inicio de las protestas. Algo así no se había visto hasta ahora tan nítidamente, menos en el sector de la ciudad que va de Plaza Italia hacia el este, donde no había habido saqueos ni desmanes, apenas manifestaciones tímidas de descontento.
Tampoco se había visto antes, ni en los últimos días ni en años ni jamás, que a la par, ese mismo lunes, columnas de manifestantes llegaran a protestar a las afueras de los canales de la televisión abierta. En sintonía con la estrategia del gobierno -decían los manifestantes, y en parte tenían razón-, los canales habían centrado las coberturas de prensa en los saqueos y hechos de violencia y vandalismo, en lugar de ponderar estos hechos con el creciente descontento social manifestado en las calles y la consecuente represión, que hasta ese día había cobrado once muertos (al día siguiente se sumarían cuatro más), casi cien heridos a bala y cerca de mil quinientos detenidos.
La calle contra el poder. La calle contra la institución. La calle contra el privilegio. La indignación por ese abismo que separa a la gente de a pie de sus representantes y las instituciones, y que en parte sustenta el levantamiento social de estos días, había alcanzado a los canales abiertos de la televisión chilena. Medios que el fin de semana, al tiempo que ocurrían saqueos y quemas a supermercados, negocios, farmacias y bancos habían dado amplia cobertura a otro fenómeno inédito surgido en estos días. El de los vecinos de villas y condominios de una clase media emergente, premunidos de palos y chaquetas amarillas, que hacían frente a los rumores del ataque de una turba enfurecida que llegaría a robarles lo que tanto les ha costado tener y que, de seguro, aún no tienen del todo porque siguen pagándolo en cuotas.
“Chilenos contra chilenos”, como dijo la ministra vocera de gobierno Cecilia Pérez; chilenos de bien contra chilenos de mal, sugirió Javier Iturriaga, general a cargo del control de la seguridad pública de Santiago en estos días; “una guerra”, dijo el presidente Sebastián Piñera el domingo a la noche, en un intento por imponer un guión argumental que vinculara a los manifestantes con los “violentistas” que incendiaban centros de poder y grandes comercios y, con ello, un modelo económico ultra liberal instaurado desde fines de la dictadura.
La aparición de los chaquetas amarillas representó no sólo a esos ciudadanos honrados que salen en defensa de sus propios bienes, ganados con mérito y mucho esfuerzo, como debe ser, sino también a los defensores de un sistema.
No fue casual que a comienzos de semana El Mercurio de Santiago, el diario más conservador, derechista y antiguo del país, cuya sede de Valparaíso había sido objeto de un atentado incendiario el fin de semana, pusiera en portada una foto de los chaquetas amarillas, que incluso se ofrecieron a custodiar con palos los pocos supermercados de sus barrios que no habían sido saqueados y quemados. Chaquetas amarillas contra vándalos y el lumpen encapuchado. Manifestantes violentos contra gente de bien que sólo quiere recobrar la normalidad y volver a sus trabajos, si es que los tienen. Gente de paz versus violentistas y agitadores profesionales, movilizados de manera organizada por quizás qué intereses.
Esa dicotomía entre buenos y malos que pretendió instalar el gobierno, como atisbo de estrategia comunicacional ante la crisis, comenzó a desbaratarse la tarde del lunes con la llegada de los manifestantes al barrio alto, al tiempo que en el centro de Santiago, donde estaban los hermanos Soto Toro junto a cinco mil manifestantes, se desataba una fuerte represión.
A esas horas de la tarde, en directo, en el barrio de Los Militares, un reportero de Canal 13 se acercó a un manifestante joven para arrancarle una declaración y lo que se escuchó fue una crítica a la cobertura televisiva, que “por primera vez muestran la parte buena” y pacífica de las protestas.
—Ojalá que pudieran mostrar esto cuando no somos todos rubios —lanzó luego y siguió— Estái en el lugar más pituco de este país, es lo único que debiera aportar de alguna forma a que quien tiene el poder del país en este momento diga Ah, mira, hasta los más pirulos (chetos) están diciendo que no les gusta lo que está pasando en el país… Si es que de aquí huevón no sale nada, nos podemos ir todos a la mierda.
Unos minutos después, las imágenes de los militares en pie de guerra desplegados contra los manifestantes del barrio alto aparecían en pantallas del país. Luego vino el toque de queda y los cacerolazos masivos. Y a la noche, en medio de un despacho en directo, un reportero del mismo Canal 13 se sobresaltó por los balazos cercanos de patrullas de militares que recorrían un barrio de Santiago y amedrentaban a los vecinos que protestaban en edificios y condominios.
Era el fin de la estrategia del gobierno por criminalizar el movimiento, pero la derrota había sido anunciada horas antes. Ese mediodía el defensa central de la Selección Chilena de fútbol Gary Medel volvió a apoyar las protestas y respondió por Twitter a la frase de Piñera que, en una clara remembranza al general Pinochet, había declarado la noche anterior: “Estamos en guerra”.
“Una guerra necesita 2 bandos y acá somos 1 solo pueblo que quiere igualdad”, escribió Gary. “No queremos + violencia. Necesitamos que autoridades digan q van a cambiar para resolver los problemas sociales. Hablan de delitos y no de soluciones al problema de fondo #chiledesperto #nomasabusos”.
En palabras de Gary, la solución parece fácil y obvia. Pero no lo es. Lo que comenzó como una simple protesta de estudiantes secundarios que saltaban los torniquetes del Metro de Santiago contra el alza de treinta pesos del transporte público, una semana después había derivado en una revuelta popular y masiva en todo el país que no reconocía liderazgos ni menos partidos políticos. Es una protesta en contra del gobierno, sin lugar a dudas, pero también contra el sistema político completo, de ahí su masividad. No existen líderes políticos legitimados con los que negociar, y si hay un pliego de demandas y peticiones, estas son históricas y consideran reformas profundas a un sistema heredado por la dictadura que ya casi lleva casi treinta años, lo mismo que la nueva democracia.
Si es por resumir lo que hay en juego, otra vez Gary Medel puede ayudar a aclarar las cosas. En otro mensaje de Twitter publicado dos días antes que el otro, el futbolista compartió la foto de un panfleto en el que se lee:
“No es el metro¡¡¡
Es salud
Es educación
Es pensiones
Es vivienda
Es el sueldo del parlamentario
Es el aumento de la luz
Es el aumento de la bencina
Es el robo de las Fuerzas Armadas
Es el perdonazo al empresario
Es la dignidad de una sociedad¡¡¡
Sobre la foto del panfleto, Gary escribió: “Ojalá las autoridades escuchen al pueblo y dejen de jugar con él. Es hora de que se pronuncien y dejen el silencio para que la violencia no siga”.
De momento, sin embargo, las autoridades de gobierno se han visto sobrepasadas por una crisis que le estalló en la cara y que ellas mismas propiciaron, desde el momento en que el ministro de Economía Juan Andrés Fontaine, ante el alza del transporte público de Santiago, llamó a la población a levantarse más temprano para aprovechar una tarifa rebajada en unos pocos pesos.
Las autoridades de gobierno y el presidente parecen no salir del espasmo de algo que no previeron y menos saben cómo hacer frente. Un gobierno al que aún le queda más de la mitad de su mandato y que ha confiado la seguridad –y su suerte- a los militares. Un gobierno al que los hermanos Soto Toro seguirán presionando en la calle, porque como dice Laura, “esta lucha ya no es por mí, porque ya es tarde, esta lucha es por la dignidad de los que vienen”.
Juan Cristóbal Peña, académico del Departamento de Periodismo Facultad de Ciencias Sociales
Publicado en http://revistaanfibia.com/cronica/la-dignidad-de-los-que-vienen/