Durante el confinamiento derivado por el coronavirus, se han visto gestos conmovedores de mancomunión y disposición al sacrificio personal, así como también por desgracia expresiones de mucha indolencia y hasta frivolidad en quienes desacatan las medidas dispuestas por la autoridad. Estas palabras son del académico, Diego García, quien señala el valor de la equidad y la justicia, como claves para manejar la pandemia en un país desigual.
– De acuerdo a cómo han actuado las autoridades restringiendo el ejercicio de ciertas libertades y garantías constitucionales: ¿Usted cree que saldremos de esta crisis con una democracia más fortalecida o más debilitada?-
-Lo importante es que el sistema de libertades esté igualmente disponible para todos los ciudadanos y ciudadanas. Y sobre todo, que las restricciones que se imponen al ejercicio de algunas libertades estén reguladas en la ley y aplicadas por una autoridad sujeta a control de los gobernados y de los otros poderes del Estado. En la medida en que eso se realice así, es la manera democrática de enfrentar una situación excepcional. Distinto es si el ejercicio de facultades excepcionales se realiza de manera discrecional o arbitraria o apelando a razones que son opacas o que la población no entiende.
-La autoridad tiene un gran desafío de explicarse cada vez que adopta dentro de sus atribuciones, medidas que no son homogéneas (por ejemplo, cuarentenas en unas comunas o regiones pero no en otras). En resumen, esta crisis no cancela a priori la posibilidad de un fortalecimiento democrático pero, claro, eso debe conquistarse en el día a día de la práctica de toda una comunidad política.
-¿Cómo impacta esta pandemia en el Chile desigual?-
-Ulrich Beck describió la nuestra como una sociedad del riesgo global, y la imagen describe lo fundamental de nuestra situación presente: un peligro real y transfronterizo para el que no contamos todavía con una cura y para cuyo hallazgo necesitamos ganar tiempo. En palabras simples, responsabilidad supone no exponerse a riesgos que no somos capaces de gobernar, no debemos jugar a la “ruleta rusa” ni tentar a la suerte. El feminismo y el ecologismo nos han estado enseñando en las últimas décadas acerca de la prioridad que tiene el cuidado mutuo y del entorno en la formulación de una ética personal y global. Y
luego, equidad.
– Si queremos proteger la vida y ello exige restricciones y sacrificios extraordinarios, que se distribuyan equitativamente y cuidando sobre todo de los más vulnerables. En eso hay rasgos muy preocupantes de lo que ocurre entre nosotros ahora mismo. No se puede pedir u obligar a alguien a guardar una cuarentena si no se le garantiza seguridad en cuanto a su subsistencia.
– Muchas personas que no pueden realizar teletrabajo y que forman parte del régimen del “boletariado”, podrían enfrentar un dilema irresoluble entre cuidar su salud y la de otros o proveer a su subsistencia y la de su familia. De hecho, se reporta que en comunas sin cuarentena la vida ha continuado normalmente en las ferias y otros sitios públicos donde se producen importantes aglomeraciones allí donde se obtiene lo indispensable para subsistir. Entonces, medidas sanitarias estrictas precisan de una agenda social muy potente que dé seguridad que el confinamiento no pone en peligro la subsistencia. Muchos economistas de cuya solvencia intelectual no cabe discutir, han pedido imaginación moral para una agenda económica que salga de la ortodoxia neoclásica y aproveche la relativa mejor posición fiscal del país (con bajo endeudamiento e importantes reservas), para enfrentar la emergencia con la ambición de forjar una transición económica hacia una desconcentración del poder económico con una agenda pro-pyme y pro-empleo, o donde los ahorros previsionales de los trabajadores se ocupen en inversión productiva y socialmente inclusiva que genere riqueza dentro del territorio en beneficio de los propios cotizantes, en lugar de su inversión actual preferentemente en instrumentos financieros o en su inversión en el extranjero.
-Y el impacto en el ser humano: ¿Existe la posibilidad de concebirse con algo más de generosidad?-
-Hace unos días, el periodista Abraham Santibañez declaró en un medio de comunicación su disposición a renunciar a un tratamiento médico excepcional si sus necesidades entraban en conflicto con las necesidades sanitarias de otra persona. Ese fue un gesto muy impresionante. Con pocas horas de diferencia, un analista económico sostuvo que no podía detenerse la economía, que había que tomar riesgos y que habría muertos. Su declaración tomada literalmente no pudo ser más desafortunada, aunque mirando el conjunto de la entrevista dijo algo terrible pero ineludible: salir adelante de esta crisis tendrá costos en vidas (de hecho, ya los tiene), no sólo en empleos o destrucción de empresas.
-Lo que este analista no hizo -y de ahí tal vez el rechazo a sus opiniones- fue establecer un criterio acerca de cómo se distribuirán los sacrificios que esta crisis impone de una manera que, aunque trágica, al menos quepa considerar justa. Por ejemplo, sabemos que el personal sanitario está más expuesto al contagio y que se está arriesgando en su seguridad, su salud y hasta su vida.
-La cuestión es si la sociedad -o alguna élite dentro de ella no sujeta a control democrático- va a tomar la decisión que algunos son “carne de cañón”. Eso no se puede aceptar. El asunto es más espinudo si se considera que una parte significativa del personal sanitario de hecho ya labora en condiciones precarias.
Es muy bello dedicarles diariamente un aplauso desde los hogares, pero es primordial preguntarse si esa es la manera más justa de reconocer la contribución que ellos hacen a la sociedad, no sólo durante esta crisis, sino de manera regular.
-Un epidemiólogo, Juan Carlos Said, declaró en una entrevista en El Mostrador que estamos en una maratón de la que no hemos recorrido aún ni siquiera sus primeros kilómetros. No sabemos qué tan largo va a ser esto, cuántas lágrimas ni cuánto luto nos va a significar. Sin embargo, cuando la enfermedad sea
derrotada, existe la posibilidad -no la garantía pero al menos la posibilidad- de haber progresado como personas y como comunidad nacional en dirección a una sociedad más justa y cohesionada, más cuidadora y más sustentable, más colaborativa y compasiva, donde se valore y reconozca tanto la contribución del
experto médico como la de la modesta artesana que fabrica mascarillas en su domicilio, con lo que también estará salvando vidas: a ambos hay que tratarlos como si fueran huesos de santo.