Por: Italo Cicardini
Alexis Cortés, Director Magíster en Sociología Universidad Alberto Hurtado.
¿Cómo se puede definir el estilo de Jair Bolsonaro para gobernar? ¿Cuál es su entramado político para seguir siendo escéptico de lo grave que es la propagación de Covid-19?
El estilo de gobierno de Bolsonaro hasta ahora ha sido el de una crisis permanente. Él es la propia crisis. Desde el primer día, su mandato ha estado rodeado de escándalos y su estrategia pareciera ser la de enfrentar un escándalo, produciendo otro.
La retórica presidencial ha sido la de un candidato en campaña. Cada intervención apunta a su núcleo duro de apoyo (hoy menor a 30%). Los escándalos más recientes se identifican no sólo con la pandemia, sino que con un choque directo con los otros poderes del Estado, particularmente con el Congreso y el Poder Judicial. En ambos casos, lo que ha prevalecido es un intento por que los otros poderes se alinean con su forma de tratar la crisis del Covid-19: priorizar la economía y bajarle el perfil a la pandemia. Esto configura un escenario doblemente grave: Bolsonaro ha convocado a movilizaciones (cada vez menores) todos los fines de semana en Brasilia para atacar la institucionalidad democrática, con llamados al cierre del Congreso y de la Corte Suprema. Con eso, está debilitando la democracia brasileña y además está yendo contra las recomendaciones para enfrentar el virus, produciendo aglomeraciones. Su negacionismo frente al virus, responde a un alineamiento automático con el liderazgo de Trump, pero también es coherente con la estrategia electoral que le dio la victoria basada en un aparato de fake news vía redes sociales, donde abundan posiciones negacionistas, conspiranoicas, anti-ciencia y anti-globalización. Por lo demás, su retórica frente al virus (gripecita, como él ya la ha denominado) han mostrado una total falta de empatía frente al sufrimiento de los familiares de las víctimas, algo que ya había anticipado en sus apologías a la tortura durante la Dictadura.
¿En qué pie queda la sociedad brasileña? ¿Se trasladará la confianza a los sectores más de izquierda, también dañados por ex presidentes como Dilma Rousseff o Lula Da Silva?
Hoy se vive una verdadera guerra de guerrillas entre los sectores conservadores de Brasil, los descolgados de la ola bolsonarista que tienen agenda propia y quieren situarse con una alternativa conservadora y racional a Bolsonaro, han llevado a varios gobernadores de derecha a una confrontación directa con Bolsonaro. Algo similar ocurre con la salida de las dos figuras más valoradas de su gobierno: los ex ministros Mandetta y Moro. Un capítulo aparte merece los embates diarios entre Bolsonaro y los principales medios de comunicación del país: la televisora Globo y el Diario Folha de Sao Paulo. Esta guerrilla ha pasado del plano de las amenazas al plano judicial. Actualmente hay un cerco al “gabinete del odio” de Bolsonaro, o sea, el equipo que elabora fake news contra sus opositores con dinero público; así como se ha hecho más cerrado el seguimiento judicial a los hijos de Bolsonaro, vinculados a escándalos de corrupción, extorsión y lavado de dinero. Bolsonaro ha respondido interviniendo en la Policía Federal (lo que explica la salida de Moro), el órgano encargado de investigar, buscando neutralizar las investigaciones que lo perjudican e incidiendo en que se cursen investigaciones contra sus enemigos políticos. Ya ocurrió con el gobernador de Rio de Janeiro y el siguiente en la lista es el gobernador de Sao Paulo. Lo llamativo en que este escenario la oposición de izquierda parece ser mera espectadora. Y las figuras de los ex Presidentes petistas no han logrado ganar espacio en este escenario. El desmoronamiento del apoyo a Bolsonaro no tiene como contrapartida un mejor posicionamiento de los sectores de izquierda.
¿Se podrá evaluar una eventual destitución de Jair Bolsonaro? ¿Están las condiciones dadas?
Es difícil imaginar que Brasil pueda seguir como está. La crisis por la pandemia ha alcanzado magnitudes terribles y dramáticas y aún no ha llegado a su ápice. Brasil marcha a paso seguro hacia un abismo. Al mismo tiempo la crisis institucional es tan profunda que es difícil creer que el gobierno de Bolsonaro pueda seguir como está. La destitución de Bolsonaro es altamente probable, en su mandato no deja de acumular crímenes de responsabilidad que justificarían su destitución por diferentes vías: por la justicia electoral, por la Cortes Suprema o el Congreso. Sin embargo, a diferencia de Rousseff, Bolsonaro se ha mostrado más pragmático a la hora de fabricar alianzas en el Congreso que inviabilicen un impeachment. Bolsonaro ha pactado, en contra de su retórica de campaña, con lo que en Brasil se conoce como el “centrao”, un grupo de partidos “fisiológicos” y desideologizados que ofrecen apoyo a cambio de puestos y cargos en empresas públicas.
Pero, la principal garantía de Bolsonaro hoy son los militares en el gobierno. En la actualidad, hay más oficiales en puestos estratégicos que incluso durante la Dictadura Militar. El mejor retrato es el Ministerio de Salud, ocupado por oficiales sin experiencia en salud en medio de la mayor crisis epidemiológica del país. Al mismo tiempo, los militares pueden ser el principal factor para que la situación actual cambie. No es descartable en estas circunstancias un “auto-golpe” que le otorgue más poder a Bolsonaro y que le permita liberarse de las restricciones que le impone la Corte Suprema y el Congreso. Las reacciones de algunos insignes militares en el gobierno, que más bien pueden ser interpretadas como amenazas a los otros poderes, frente a las investigaciones y determinaciones judiciales que perjudican a Bolsonaro han reforzado la idea de que puede haber un giro (aún más) autoritario en el actual gobierno. Si hay algo que han demostrado los últimos 3 años de política brasileña es que cualquier cosa puede ocurrir, incluso la más improbable.