Fabiola Berríos, académica del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales UAH.
La elección municipal estuvo dentro de lo esperado. Sí, se esperaba una alta abstención, y la hubo, se esperaban reñidas competencias en comunas claves como Santiago o Providencia y las hubo, se esperaban algunas sorpresas, y las hubo. Ciertamente, no fue lo esperado lo que llamó la atención sino la magnitud con que se presentaron estos elementos. Cuando a las 7 de la tarde Matthei adelantaba a Josefa Errázuriz por 1.500 votos, o cuando no se revertían los resultados de las tradicionales primeras mesas “de derecha” en Santiago, los análisis comenzaban a hablar de un voto (o “no voto”) de castigo de la ciudadanía hacia los últimos y escandalosos hechos que afectaron a políticos de todos los sectores, pero que estarían afectando electoralmente en mayor medida a alcaldes(as) de la Nueva Mayoría o simpatizantes de ésta.
¿Pero es tan así? ¿Cuál es la lectura que podemos hacer? Quizás lo primero es partir por lo obvio, una alta abstención ayudada por el voto voluntario, las faltas de probidad y los casos de conflictos de interés del último bienio, y el vergonzoso episodio de los errores en el padrón electoral. Sin embargo, el temor que existía apareció ante nosotros con una magnitud aplastante sin dejarnos espacio para la menor reacción. Es aquí donde entra un elemento olvidado quizás, el de las campañas electorales, y el análisis que hicieron estas del escenario. Las campañas son un medio, un instrumento que busca entregar un mensaje que logre cautivar a una audiencia y convencerla de que su propuesta es “deseable”, y por lo tanto digna de ser apoyada. En política eso significa que una persona deje la comodidad de su casa para ir a votar. Para que esto funcione, el objetivo del mensaje, la forma de entregarlo y una buena lectura del contexto se vuelven fundamentales. En aquellas comunas donde los candidatos(as) lograron identificar correctamente su electorado, y entregaron de forma efectiva su mensaje, pudieron movilizar electores siendo dignos de que estos caminaran, tomaran un bus o condujeran hasta el local de votación, yendo contra la corriente mayoritaria que hablaba de que ir a votar era avalar políticos corruptos, o como leí en un posteo por ahí, “ir a elegir a quien me robará los próximos cuatro años”. Estos casos exitosos no solo son el del, a esta altura emblemático, Jorge Sharp en Valparaíso, sino de Claudio Castro en Renca o Felipe Alessandri en Santiago. Y ojo, que no todos ellos tenían el mismo mensaje, si para el primero la idea era romper el duopolio (mensaje claramente político), para el último era recuperar Santiago para Chile Vamos, pero desde una figura un tanto desconocida a pesar de ser Concejal de la comuna, una especie de lucha de David contra Goliat, solo que este David venía con harto más que una honda.
De esta forma, la madre de todas las batallas no era Santiago, ni Maipú ni Providencia (lamento el centralismo) sino más bien, la lucha era entre el inmovilismo –reflejo de apatía y desconfianza- y la movilización. Aquellos que lo leyeron correctamente, y supieron analizar a su electorado generando una estrategia ad-hoc triunfaron.
Quizás por ello, y reconociendo que la lógica de esta elección tiene un fuerte componente personalista –en algunos casos lidiando o limitando con el clientelismo político- las coaliciones tuvieron poco que decir y aportar, y fuera del duopolio tampoco es que hubo buenos resultados. Más allá de la cantidad de Concejales que Revolución Democrática, Evopoli o Amplitud pudieron elegir, lo cierto es que no lograron movilizar como bloques, y sus ideas de forma agregada no lograron penetrar con fuerza en el electorado y, por lo tanto, no lograron movilizarlo, de lo contrario la abstención, nuevamente, no habría sido de tal magnitud.
¿Qué se puede sacar en limpio entonces de estas elecciones? Primero, que para las próximas elecciones parlamentarias, y con mayor razón al estrenar un nuevo sistema electoral, cada candidato deberá analizar su electorado y no el conjunto de este, teniendo claridad de su mensaje y siendo eficientes en la provocación a la ciudadanía. Sí, será necesaria una provocación tal que el electorado potencial se transforme en ciudadanos movilizados, conscientes de la responsabilidad que nos cabe a todos de construir comunidad, generando entonces representantes con lealtades hacia ellos y no entre ellos. La ley del mínimo esfuerzo ya no bastará. Por otra parte, la elección presidencial, obligaría, siguiendo esta misma lógica, a que las coaliciones electorales trabajen también con un mensaje claro, que aúne ideas que den fuerza y cohesión a un proyecto de Gobierno con respaldo parlamentario. Acá tampoco será suficiente un trabajo precario.
La lógica entonces es y será, el que provoca…moviliza, y sólo el que moviliza… gana.