¿Qué hacer con la salud mental de aquellas personas que han cometido crímenes que repugnan a la condición humana? ¿Preocuparse u olvidarlas hasta el punto de dejar que se consuman en un atroz incendio? Este artículo es una reflexión sobre las paradojas, contradicciones, emociones y perspectivas que implica trabajar con aquellos que nadie –muchas veces ni los propios psicólogos– quiere tener cerca.
Por Javiera Navarro, Psicóloga y Licenciada en Psicología, Pontificia Universidad Católica de Chile. Master en Psicología Forense, Kings’ College London University, Londres. Master en Observación Psicoanalitica, Tavistock and Portman NHS Trust, Londres. Diploma en Psicoterapia Forense, Tavistock and Portman NHS Trust, Londres.
Judith lleva varios años en un hospital de alta seguridad en Londres debido a sus intentos reiterados de ahogar a niños pequeños en tinas de agua caliente. Es claramente un peligro para la sociedad y difícilmente la queremos en nuestro vecindario. No solo eso: también es un desafío para todo el equipo médico que la cuida porque día por medio golpea a alguna enfermera de modo tan brutal que la cuidadora termina en la sala de emergencia. Es muy difícil no odiar a Judith, no temerle, no tener la fantasía que este mundo estaría mejor sin ella. Es muy difícil pensar en Judith más allá de su conducta violenta. Se resiste a cualquier tratamiento médico y el equipo se ve forzado a inyectarle algún antipsicótico una vez al mes con la esperanza de mantenerla más tranquila. Pero esta operación, debido a la brutal resistencia de la mujer, requiere de un grupo de diez enfermeros que la puedan sostener en una camilla mientras alguien la pincha.
Nadie se detiene a pensar en el procedimiento, ya que es la consecuencia lógica de la conducta de Judith, y ella está en el hospital para ser tratada. El equipo que la tiene a su cargo se ve sobrepasado, y su capacidad de verla como a una persona con un problema de salud está interferida por sentimientos agresivos hacia la mujer.
Cuando escuchamos los detalles de crímenes espantosos, nos llenamos de ira, miedo, asco, sentimientos que preferiríamos no sentir. Nos disgusta en extremo pensar que quienes han cometido actos como esos son seres humanos como nosotros; necesitamos sentir que en nuestro interior no hay ni un poco de perversión, psicopatía, nada que nos haga ser parecidos a “el Tila”, “la Quintrala” o Spiniak. Es más fácil que todo lo malo, lo asqueroso, lo repugnante, quede en ellos, de manera que nosotros podamos sentir la tranquilidad de ser personas buenas, muy alejadas de esas atrocidades. Entonces nos llenamos de juicios que nos permiten distanciarnos emocionalmente y anulan en nosotros cualquier posibilidad de reflexionar…
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