Fuente: El Mercurio
La experiencia de visitar el Isabella Stewart Gardner Museum es diferente a la que se vive en museos como el MoMA o el Guggenheim, con sus salas blancas y algo asépticas. Este peculiar museo de Boston, inaugurado en 1903 y diseñado según el modelo de un palacio veneciano, tiene un maravilloso patio interior lleno de plantas y de hortensias de distintos colores. Entre sus muros de ladrillos se respira la penumbra del tiempo y en sus salas —alhajadas con valiosas y tapizadas con géneros de colores vibrantes— hay obras de Rafael, Uccello, Giotto, Botticelli, Rubens, Holbein, Durero, Zurbarán y Fra Angélico.
La madrugada del 18 de marzo de 1990, dos asaltantes vestidos de policías llamaron a la portería del museo. Dijeron haber sido informados sobre un altercado adentro del recinto. Curiosamente, el guardia los dejó entrar sin mayores preguntas. Tras amordazarlo a él y al otro cuidador del lugar, durante 81 minutos los dos ladrones circularon por el museo. Salieron de allí con irremplazables obras maestras, cuyo valor se ha estimado en 500 millones de dólares, aunque algunos hablan de mil millones. Tal vez —como dice Anthony Amore, del museo de Boston— “la mejor definición es que son obras de valor incalculable, pues nunca se podrán reemplazar”.
En las tres décadas que han transcurrido desde el atraco, nadie ha sido detenido en conexión con el robo. Sí existen un mar de teorías, rumores y tesis sobre los posibles hechores. El sitio web del museo sigue ofreciendo una recompensa de 10 millones de dólares y de los muros del Isabella Stewart Gardner Museum cuelgan los marcos vacíos esperando el retorno de las pinturas…
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