Es probable que parte de la prensa nacional haya descrito el cambio de nombre de Cassius Clay como una bufonada más de un pintoresco boxeador negro, como se decía entonces. No lo sé, no lo recuerdo bien. Yo era niño y en los años que vendrían, Muhammed Ali sería, tal vez, el primer protagonista de la televisión global. La llegada del hombre, así se decía también, a la luna era parte de una parrilla programática – así se dice ahora – de transmisiones satelitales que hicieron época. Ali en el ring concitaba nuestra admiración a través de los televisores en casa de vecinos o amigos más pudientes.
En esa época, como ahora, parte de la prensa optaba por banalizar las noticias. Mientras fuera motivo de chiste, Ali no pasaba de ser un protagonista más de lo que hoy llamaríamos la farándula global. Algo así como un Justin Beaver sesentero.
Convenientemente, esa prensa de los sesenta obviaba lo fundamental. Un purista del periodismo podría haber dicho que está prensa ‘neutral’ se limitaba a transmitir aquella parte de la noticia que más interés público concitaba, que Ali era un payaso del ring. La ‘neutralidad’ resultaba especialmente conveniente: nada incomodaba en el bufón que atraía a las masas.
Pero es tarea de los bufones traer a la atención de los monarcas las miserias de sus monarquías. La bufonada es una forma (autoprotegida) de hacerlo. Ali no era un bufón y su performance, como se diría hoy, para nada era un chiste. Cassius Clay mutó su nombre de esclavo por el de un ser humano y el Islam le permitió hacerlo.
El gesto emancipador fue pasado por alto. El chiste fue otro, el de una prensa burguesa que opta por el confort de las formas por sobre las contradicciones del fondo. CassiusClay, como todo hijo de minoría oprimida, mapuche digamos a modo de ejemplo, procuró su propia dignidad, cuestión a la que los WASP (varones americanos blancos, sajones y protestantes) o los ABC1 nunca se enfrentaron.
La negritud, como la pobreza en nuestro país, siempre ha sido sospechosa y no ha sido sino a través del riesgo como ha podido legitimarse cuando ello rara vez ha sido posible.
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