Debemos tener claro que la economía chilena ya venía cuesta abajo, incluso antes del estallido social del 2019. Recordemos que el crecimiento potencial de la economía fue estimado en casi un 6% anual hace veinte años atrás y hoy ronda un modesto 2%. En estas dos décadas la economía perdió continuamente dinamismo, aunque sobrellevó importantes desafíos como fueron la recesión internacional del 2008 y el terremoto del 2010, entre otros. La política fiscal y monetaria hizo su trabajo, reduciendo el ciclo económico y manteniendo a raya la tasa de inflación. Sin duda, que la política macro se ha hecho bien, y en varias situaciones fue exitosa. La política micro y de más largo plazo que busca empujar el crecimiento en una sociedad cada vez más justa, por el contrario, falló tanto con relación a lograr mayor crecimiento como respecto de una sociedad más justa. Ambos resultados paradójicos, para un país campeón de las reformas de mercado.
En pocas palabras, quedamos al borde del acantilado, a merced de que cualquier shock negativo nos enviará al fondo del pozo. Si bien Chile era una economía ordenada, se nos olvidó que sigue siendo pequeña y vulnerable. Es natural olvidar nuestras imperfecciones y soñar que ese aparente orden era suficiente. Así fue como en un instante ese sueño se terminó abruptamente la noche del 18 de octubre del 2019. Nos dormimos pensando que estábamos cerca de países como Nueva Zelanda, Finlandia o Suecia. Muy lejos de nuestra propia Latinoamérica, pobre, injusta, corrupta y desdichada. El amanecer fue desolador, Latinoamérica se había materializado acá mismo, en nuestro propio país. No era una serie de Netflix: era la realidad. Nosotros ya no éramos los televidentes sino los actores principales de una situación que podría ser una película, pero que lamentablemente es real. Una situación indeseada, con revueltas, narcotraficantes, y derechos humanos violentados, que el resto del mundo observa con espanto. Inútiles fueron las estadísticas que mostraban que Chile era diferente, que tanto la dictadura como la democracia habían cambiado por completo al país, dejando en el olvido a ese otro país — aquel atrasado de noticias, en blanco y negro, cuando el resto del mundo estaba en colores.
Segundo, después de la desolación, vino la realidad y ésta no es como las series de Netflix, sino es dura, recia y a veces injusta. Cuántas veces hemos visto películas de Hollywood sobre virus y extraterrestres, en que las personas se mueren en forma inútil, fantasiosa, de mentira, casi cómica. Bueno el coronavirus, es de verdad, nada de jovencitos, amigos del jovencito, mascotas simpáticas y niñas buenasmozas, en un mundo de buenos y malos, donde los buenos sobreviven y los malos son castigados. En resumen, un final feliz con soluciones simples que hasta una niña de tres años podría proponerlas. A diferencia de las películas, el coronavirus -COVID19- es un shock negativo y complejo porque es tanto de oferta como de demanda, que afecta a todas y todos, en especial a grupos de riesgo sin distinción si éstos son buenos o malos, lindos o feos, ricos o pobres. Al igual que la Muerte, el COVID-19 no distingue ni discrimina.
Es un shock que golpea nuestro país justo cuando estábamos ahí, en el borde del acantilado. Un solo empujón, suficiente para que la economía chilena caiga en una recesión. Es un shock de oferta por razones obvias, afecta directamente la oferta de trabajo tanto en forma directa (contagio) como por las dificultades en el propio trabajo (transporte público, cuarentenas por otros casos, escasez de proveedores, etc.). Pero también, es un shock de demanda, las personas se vuelven más riesgosas y prefieren ahorrar en vez de consumir e invertir. Esta incertidumbre es un veneno para el mercado, que por definición se constituye de la oferta y la demanda. La causa de esta incertidumbre no es sólo la enfermedad, sino el miedo a ésta. Este es el factor que derrumba los mercados: el miedo.
Por tanto, las políticas apropiadas para enfrentar este shock son de demanda y oferta. No es cierto que las políticas de demandas sean estériles en el actual escenario. Por el contrario, son muy útiles, aunque no suficientes. El banco central debe hacer como nunca una política monetaria expansiva y el gobierno también. El aumento de las compras en el comercio es sólo un efecto temporal, luego los sectores de comercio, turismo, transporte enfrentarán una caída sustancial de la demanda. Hay que compensar esa caída temporal hasta que el efecto negativo del virus pase. En estas circunstancias es probable que la tasa de interés — ya en niveles muy bajos– no sea suficiente para enfrentar la actual coyuntura y se deba inyectar crédito en forma directa. Aun así, la política monetaria — principal mecanismo estabilizador de las últimas décadas — debe dejar paso a una política fiscal fuerte.
Las políticas de oferta son necesarias para sostener la oferta de trabajo. En este ámbito se debe ser imaginativo, y permitir la flexibilidad laboral sin reducir los ingresos. Uno de los puntos álgidos es cómo movilizar diariamente miles de trabajadores por transporte público. Si bien el trabajo remoto es solución para algunos tipos de trabajos, otros relacionados al sector industrial y de servicios son presenciales. Sin los trabajadores en sus lugares de trabajo, no hay producción y con ello tendremos desabastecimiento. También el reemplazo de trabajadores tendrá sus desafíos en la medida que sean trabajos altamente específicos, lo que llevará a retardar la distribución de los productos a los mercados o la entrega de trabajos específico en el sector construcción. Una política que apunta tanto a la oferta como a la demanda es la construcción o la adecuación de hospitales o centros de emergencia, recordemos que el porcentaje de enfermos graves por este virus ha sobrepasado por mucho la capacidad hospitalaria de los países más afectados. A modo de ejemplo, España tuvo a 8000 infectados en 15 días, Francia y Alemania 4000 infectados en el mismo período de tiempo.
Chile ha superado otros desafíos, hemos cometido errores, pero también aciertos. Sin duda que un buen grupo de políticas de demanda y oferta debieran ser un aporte crucial para este trance. El costo económico es inevitable, sin contar el humano que será insuperable para los más afectados. Esta será una dura lección, para que en los próximos años retomemos las reformas sociales de mercado que nos alejen de ese acantilado que es en definitiva el subdesarrollo en su más triste rostro.
Carlos J. García, académico Facultad de Economía y Negocios UAH.