Durante los últimos días hemos sido testigos de algunas prácticas de discriminación y rechazo a sujetos y familias portadores del Covid-19. Un intento de incendio de la casa de una familia en Vallenar nos mostró la peor cara que adquiere la búsqueda de seguridad. Estos hechos deben levantar las alarmas respecto a los posibles efectos sociales que tiene el llamado al distanciamiento social. Y es que hoy, pese al llamado colectivo que hacen las autoridades para enfrentar la enfermedad, en la práctica, la familia y el hogar se erigen como los principales espacios de cuidado frente a la amenaza cotidiana que implica este virus global. Vecinos, espacios públicos e interacciones sociales que se tejen en barrios y ciudades se convierten en una amenaza real. El otro, conocido o desconocido, emerge como el principal agente del peligro.
Pero el temor a los desconocidos en la ciudad no es algo novedoso. Diversos estudios sobre el temor urbano han relevado que el peligro lo representan los sujetos desconocidos y que, por ejemplo, el etiquetamiento delictual recae siempre sobre determinados estereotipos que son construidos por los discursos colectivos. Si en Chile para la ciudadanía el peligroso se asocia a los jóvenes de los márgenes urbanos, en contextos europeos la amenaza la portan sujetos y familias extranjeras y migrantes. Como destaca Kessler (2012), el “empeligrosamiento social” moviliza prejuicios y valoraciones que están asociados a la diferenciación por clase social, cultural o raza en toda comunidad.
Pero en tiempos de pandemia, el riesgo se acerca y asume otra faceta. La amenaza se instala en la puerta de nuestros hogares y viviendas. Hoy son nuestros vecinos, antiguos aliados frente al delito, quienes se pueden convertir en los agentes del peligro. Quedamos solos, y o con nuestro grupo familiar, en el cuidado y protección que demanda la enfermedad. La distancia social se convierte en desconfianza y se instala en nuestras redes sociales y entre nuestros conocidos. Si bien el llamado es a la protección colectiva, la seguridad sanitaria en la práctica queda relegada a los individuos y al hogar.
Por ello es que debemos levantar las alarmas respecto a las consecuencias sociales que tiene esta pandemia. Debemos atender no solo a sus efectos económicos, sino que también a las implicancias sociales, aún impensadas, que tienen la incertidumbre y la ansiedad cuando se instalan en la vida social y cotidiana. Y es que el sentimiento de peligro que se moviliza en la distancia social constituye una forma de relacionamiento que pone en jaque la cohesión de nuestra sociedad.
Alejandra Luneke.
Académica Departamento de Sociología UAH
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