Señor Director:
Su diario ha publicado un informativo debate sobre la matriz productiva de Chile y su nivel de complejidad. El intercambio se inició con una columna de Sebastián Edwards que puso en duda la correlación entre la complejidad económica del país y su productividad.
En el mundo de hoy, todas las economías, simples o complejas, necesitan de conocimiento complejo. La explotación de recursos naturales no es una actividad pasiva o extractiva en sentido literal, sino que supone elevados grados de creatividad, sobre todo en el contexto del problema climático. Además, necesitamos entender no solo la sostenibilidad económica de un proyecto, sino también su sostenibilidad política, social y cultural.
En general, producir hoy condiciones de vida mínimas para la población (alimento, energía, salud, etcétera) necesita del desarrollo local de conocimientos del más alto nivel y en las áreas más diversas. Si la complejidad de la economía que un país quiere para sí es materia de debate, una matriz compleja y robusta de conocimiento, en cambio, parece constituir una necesidad objetiva.
Desde luego, los programas de financiamiento público de investigación deben priorizar en función de las necesidades del país. Sin embargo, el conocimiento tiene esta peculiar manera de ser que no se produce en función de fines y no es posible predecir sus derroteros.
Si además consideramos las nuevas guerras tecnológicas que se avivan en el planeta, parece imprudente confiarse demasiado en la transferencia y réplica de conocimientos. Detrás de cualquier hallazgo científico o técnico feliz suele haber una capacidad sedimentada histórica e institucionalmente para el cultivo de las disciplinas más diversas.
Una priorización de la investigación nacional nunca puede ir en detrimento de una base epistémica sólida y crecientemente compleja, que asegure, tanto como sea posible, la vida interna del conocimiento en todas las áreas.
Juan Manuel Garrido, académico del Departamento de Filosofía UAH
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