Fuente: Latercera.com
Hoy es posible decir que nos encontramos en proceso de recuperación de una cierta normalidad en nuestras vidas. Venimos saliendo de un confinamiento de cerca de dos años, con importantes restricciones de movilidad para la población, situación que no ha pasado sin dejar huellas en nuestras vidas y sociedad.
En este período se ha develado la importancia de la movilidad espacial en sus múltiples dimensiones, escalas e interacciones, necesarias para poder desarrollar nuestras actividades cotidianas. Podemos afirmar que las restricciones en las movilidades de la población también ha tenido efectos en la calidad de vida de las personas y familias, dejando en evidencia importantes desigualdades, en particular para las mujeres. Ellas no solo han tenido que asumir un rol activo en las múltiples esferas del cuidado de la familia, sino que también han debido ser activas en los ámbitos educativos, domésticos y laborales.
En este sentido parece urgente y necesario poner de relieve los desafíos y las consecuencias del déficit de movilidad de las mujeres y, en particular, de las mujeres en situación de pobreza y vulnerabilidad. Esto implica tener un mayor conocimiento sobre las prácticas o formas de la movilidad de las mujeres: por una parte, las llamadas “movilidades activas” como la caminata, la bicicleta y el transporte motorizado, pero por otra, también las “inmovilidades”, es decir, los viajes no realizados.
Según datos de Naciones Unidas, la pandemia del Covid-19 generó un retroceso de más de una década en los niveles de participación laboral de las mujeres en América Latina. Se calcula que la tasa de desocupación de las mujeres llego al 22% en 2020, producto de las demandas de cuidado, de dificultades para recuperar empleo y de acceso a sus trabajos, especialmente los que requieren presencialidad…
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