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Columna de opinión de Ignacio Cienfuegos, académico del Departamento de Política y Gobierno UAH. PhD en Gestión y Gobierno de la Universiteit Twente, Holanda.
Fuente: La Tercera.com
Alguna vez el expresidente de los Estados Unidos Ronald Reagan salió con la siguiente joyita: “Se supone que la política es la segunda profesión más antigua de la Tierra. He llegado a la conclusión de que guarda una gran semejanza con la primera”.
La asociación de la política con el comercio sexual tenía obviamente un sentido peyorativo, patriarcal, bastante propio de una figura pública (un actor), quien se erigía como un “outsider” de la política tradicional, haciendo un juicio moral sobre supuestas conductas “impropias” de la actividad política.
Como fuere: es verdad que la política como profesión, como diría Weber, tiene una larga historia: desde Aristóteles en el siglo IV, pasando por Maquiavelo y sus recomendaciones al príncipe en el siglo XV hasta la aparición del Estado moderno, observamos el propósito de profesionalizar la política. Recomendaciones sobre el uso de la violencia; mecanismos para la búsqueda de legitimidad y/o del orden; métodos y opciones en la toma de decisiones frente a conflictos entre grupos sociales que disputan bienes colectivos; la prescripción de principios o virtudes que deben guiar la conducta de los políticos profesionales, han sido algunas de las preocupaciones que se relacionan, además, directamente con el origen de la ciencia (de la) política…
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