Durante décadas, la educación parvularia ha sido concebida como un nivel poco significativo y con una importancia menor dentro del ámbito de la educación, pues como sociedad se le ha mirado como un espacio educativo carente de énfasis pedagógico, situándolo más bien en un ámbito asistencial, que atiende a niños y niñas para facilitar que las madres trabajen. Bajo esta óptica, los niños que asisten a salas cunas y jardines infantiles, tendrían la posibilidad de recibir cuidados básicos, alimentación y recreación, con una perspectiva básicamente asistencial. Esta mirada sesgada y carente de valoración hacia los párvulos de nuestro país y sus aprendizajes, se encuentra arraigada en parte importante de nuestra sociedad.
Las condiciones del contexto en que se desenvuelve la educación parvularia, tampoco son de gran ayuda para desarraigar estas ideas: la gran cantidad de niños y niñas por salas, las precarias condiciones de infraestructura que muchas veces podemos observar, las prácticas pedagógicas descontextualizadas, la escolarización de los niveles de transición en las escuelas, la carencia de perfeccionamiento o capacitaciones pertinentes a los equipos de aula, la falta de acompañamiento a la labor docente desde los equipos directivos de las instituciones; podríamos continuar con la enumeración, la lista es larga…
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