La estudiante de antropología, Alejandra Fontecilla, junto a alumnos del curso.
Los migrantes haitianos no sólo hacen filas en los departamentos de extranjería, sino que es una población que suma y suma a mujeres y hombres en el diario vivir de los chilenos. ¿Cómo integrarlos si no hablan el idioma?
Desde el 2015 el Centro Universitario Ignaciano (CUI) en conjunto con la Facultad de Educación, el colegio San Alberto Hurtado de Estación Central y la Pastorale Haitienne de la Parroquia de la Santa Cruz implementaron el proyecto Zanmi, un curso de español para la población haitiana. Programa que convoca a 25 estudiantes de las seis facultades de la UAH, a la Parroquia de la Santa Cruz y a un cuerpo de voluntarios preocupados de coordinar cada detalle: desde las salas de clases, los coffe break y el cuidado de los niños mientras sus padres estudian.
Los cursos, duran seis meses, están organizados por nivel y a cargo de dos universitarios que enseñan a grupos de diez personas. A los haitianos se les divide dependiendo de cuantas palabras saben; en nivel elemental, intermedio y avanzado. Tiene un costo de $2.000 idea que surgió de la comunidad haitiana.
Con una pedagogía que se perfecciona en el tiempo, los migrantes aprenden español y reciben una inducción de las formas únicas que tenemos los chilenos de tratarnos y de organizar la vida pública y privada.
En esta tercera versión se graduaron 250 haitianos en dos ceremonias. Unos 100 alumnos asistieron a las clases de los días jueves en la sede de la Universidad Alberto Hurtado y el resto en el Colegio San Alberto Hurtado de Los Nogales en Estación Central.
Acercar el curso a los vecinos del centro fue una iniciativa que funcionó por primera vez este 2017. Andrea Espinoza, Coordinadora del área social del CUI, cuenta que recorrieron los cités informando de las clases de español en la UAH. “Sabemos que la barrera más dura para los haitianos es el idioma y sabemos la urgencia que tienen de aprenderlo, en el mismo territorio de la universidad hay muchos vecinos que necesitan aprender”, comenta.
El resto de los haitianos asistieron los sábados al colegio San Alberto Hurtado ubicado en la población Los Nogales de Estación Central. La dinámica que en un minuto fue un voluntariado, se formalizó como un optativo de formación teológica (OFT), que suma 10 créditos al pregrado coordinado por el CUI y el Colegio San Alberto Hurtado.
Rubén Morgado, director del Centro Universitario Ignaciano (CUI) junto a una de las estudiantes.
El principio de este programa social, que mueve a la comunidad educativa se sostiene por la convicción de que migrar es un derecho y que muchas de estas personas llegan al país por difíciles razones políticas y buscando una mejor calidad de vida para sus hijos. En ese sentido, Pedro Milos, vicerrector académico de la Universidad Alberto Hurtado, destaca el serio compromiso de más de una veintena de estudiantes de pregrado que cumplen en un cien por ciento de para enseñar a grupos extranjeros muy diversos. “Los jóvenes son los responsables directos que este proyecto funcione con la calidad y rigurosidad que se espera de ambas partes”, señala.
Para la autoridad, el sello social de la universidad va cambiando con los tiempos y hoy es la comunidad haitiana el centro del despliegue comunitario: “La cooperación es una palabra que significa operar en conjunto y eso es lo que ocurre con los jóvenes que funcionan articuladamente con las necesidades del entorno, en un territorio específico, con una logística que se cumple y que va en la línea de la misión de la Universidad”. Para Andrea Espinoza uno de los objetivos no es que todos aprendan a hablar correctamente, sino que el esfuerzo está puesto en mejorar la vida de estas personas.
Para Marisol Latorre, directora de docencia de la UAH, ésta iniciativa se sostiene por la participación y dedicación de los estudiantes y eso es lo realmente importa. “Empezó como un proyecto, y hoy es un programa que se hace cargo de uno de los temas emergentes más relevantes de la sociedad chilena. Los voluntarios contribuyen en la acogida, en la misión social e inserción laboral de los inmigrantes y eso es un orgullo”, sostiene.
Sofía Urrutia, egresada de pedagogía en historia de la UAH, describe que la experiencia de enseñar es involucrarse en todos los niveles formativos: académico, de desarrollo personal y social. “La barrera con que nos topamos es que los haitianos tienen una cultura escolar muy tradicional y esperan que el profesor haga todo, y nosotros lo que hacemos es generar dinámicas de conversación y de vinculación, más que memorizar expresiones”, comenta.
¿Qué es lo que más difícil del proceso de aprendizaje? La lengua materna de ellos es el creole y cuando se enfrentan al español son las conjugaciones verbales lejos lo más complejo: “Son muchos verbos y formas distintas las que usan ustedes”, comenta uno de los graduados.
Andrea Espinoza, Coordinadora del área social del CUI junto a dos estudiantes del curso.
El punto destacable del proceso de enseñanza es el minuto cuando se rompe la barrera lingüística, ahí empieza el encuentro cotidiano. Los inmigrantes finalmente aprovechan estos encuentros para conversar de sus vidas. “Nos cuentan lo que les pasó durante la semana, si extrañan a su familia, o si no entienden conductas propias de los chilenos como que no paguen el pasaje de las micros o por qué se aconseja estacionar las bicicletas con candado”, cuenta Carmen Araya, voluntaria, traductora de inglés y francés.
En las dos ceremonias de graduación los profesores reconocieron que este grupo de inmigrantes tiene en común que saben que su responsabilidad es aprender el idioma del país que eligieron y además son muy perceptivos, y eso ayuda porque saben que el camino de aprender español puede tomar una vida completa porque es una lengua viva que cambia y se nutre por miles de factores.
La invitación es aprender más y más todos los días, con la fe puesta en que, con el mismo empuje que llegaron a Chile, tendrán que sumar sinónimos, antónimos y perfeccionar la comunicación, herramienta clave para acceder a un hospital, pedir ayuda, buscar un trabajo y evitar toda clase de abusos.
La letra con sangre no entra
Didier Eloi, alumno del curso avanzado de español agradeció en nombre de sus compañeros a las profesoras que con mucha paciencia y amor respondieron dudas y cultivaron la necesaria confianza a la hora de estudiar un nuevo idioma. “A ellas les decimos que después de dios está la mujer que enseña, a ellas les debemos un aplauso en agradecimiento”, señaló Didier mientras pidió a los presentes ponerse de pie y aplaudirlas en la ceremonia realizada en la sede centro. La haitiana Yolanda Charles, también dio las gracias a la comunidad y a los profesores por el trato humano y paciente muy necesario para romper el hielo: “Cuando una persona es bilingüe el mundo la valora más, pero cuando hablas tres idiomas uno se siente importante”, señaló.
Para Constanza Poblete, de cuarto año de pedagogía en lengua castellana de la UAH, la experiencia fue mucho más allá de las salas de clases: “Terminamos involucrándonos con los miedos de empezar de cero en una tierra lejana”, reconoció. Gabriela Godoy, estudiante de lengua y literatura de la UAH, destaca que todo el proceso es un reto frente a la adversidad: “Lo bonito es ganar a ese egoísmo tan propio del modelo de mercado y reconfortarse con ver cómo la población migrante aprende a funcionar en Chile”.
Florencia Bórquez, de quinto año de sociología de la UAH, cuenta que lo más complejo es no tener las herramientas pedagógicas necesarias para manejar situaciones adversas, porque todas las clases tienen necesidades diferentes: “se aprende del ensayo y error”.
Rubén Morgado, director del Centro Universitario Ignaciano, CUI; destacó que el éxito de este programa pasa por aprender haciendo: “El método se logra por la sistematización metacognitiva del proceso de aprendizaje. Nuestros alumnos se forman desde la práctica y el rigor, de ahí la respuesta y el desafío es evidente: no lo podemos hacer mal. Ellos nos enseñan lo importante que es generar vínculos de justicia, amor y amistad”.
Un valor que se repite de la comunidad haitiana es que son un pueblo muy respetuoso de la familia, la amistad y la solidaridad y eso lo comunican a sus profesores y genera sintonía con la misión del CUI. De hecho en uno de los discursos elaborados por Andrea Espinoza el mensaje al país fue que “ojalá la sociedad chilena aprenda que no todo es el dinero, que no todo está en tener, sino más bien en compartir con alegría lo que tenemos”.
El Centro Universitario Ignaciano es un espacio abierto a las culturas y distintas formas de expresión del ser humano, y todo el trabajo que suma los cursos de español y los talleres para niños haitianos cultivan el respeto por los derechos humanos.
Según explican desde el CUI, el proyecto Zanmi es, ante todo un modo colaborativo de trabajar, una apuesta en donde el deber de la Universidad está en entregar las mejores herramientas disponibles para que cada comunidad pueda escribir su propia historia. “Es un deber social el que estamos cumpliendo. La sociedad nos ha confiado la tarea de conservar, ampliar y compartir el conocimiento. Para nuestra universidad, retribuir con estas iniciativas, es una tarea de justicia”, concluye Andrea Espinoza.
Las inscripciones para el curso del año 2018 comienzan la tercera semana de marzo. Por cualquier duda los interesados pueden escribir a cuignaciano@uahurtado.cl