Por Carmen Sepúlveda
Entre quienes han puesto piedras para construir los pilares que transformaron el sistema educativo chileno en los últimos 40 años está el Profesor Emérito de la Universidad Alberto Hurtado, Doctor en Filosofía y Doctor en Educación de la Universidad Católica de Lovaina, Juan Eduardo García-Huidobro. Y lo ha hecho con conocimiento de causa: desde la sala de clases, formando profesores en la academia, investigando la enseñanza, y en la política en los gobiernos de la década de los 90, y como asesor en organismos internacionales.
“Los cambios se ven lentos cuando se está muy encima o en plena construcción de la historia. Por ejemplo, la Ley de Enseñanza Primaria Obligatoria que cumplió cien años el 2020, estuvo en el parlamento de Chile desde 1900 y recién se aprobó en 1920, o sea pasaron 20 años. Pero significó la obligatoriedad de las familias a mandar a los niños y niñas al colegio, de lo contrario los padres se irían presos. Y hoy estamos hablando de educación gratuita, de calidad y de que todos lleguen a un nivel de educación superior, el salto para mí es monumental”, comenta.
Parte de su obsesión ha sido analizar la desigualdad, el gran talón de Aquiles del sistema educacional chileno y lo hizo gestionando profundos estudios en el Centro de Investigación y Desarrollo (CIDE). Algunas materias fueron, analizar el impacto del SIMCE y apoyar diversas políticas para revertir la brecha escolar que determina el futuro de los niños pobres versus el de los niños ricos.
Algunas de estas políticas fueron aumentar los años de escolaridad, mejorar la formación docente, acrecentar el prestigio y los salarios de los profesores, defender la idea de que los establecimientos tienen que ser inclusivos en la admisión de los niños y niñas y que los gobiernos deben nivelar los recursos y las carencias de escuelas más vulnerables en materias básicas como son lenguaje y matemática.
“Si miramos la situación de la educación de hoy comparada con los fines de la dictadura, no solamente es mejor, sino que también vemos mejores estudiantes. Yo estoy optimista con lo que veo de los últimos 40 años y con los últimos veinte, más todavía”, dice.
Hablando de procesos históricos, confiesa que este 2021 le ha llamado positivamente la atención la discusión de los nuevos líderes de la Convención Constituyente, muchos de los cuales son menores de 30 años y fueron protagonistas de la movilización de octubre del 2019. Y como profesor entiende sus demandas porque la desigualdad se manifiesta cruelmente en las salas de clases cuando buenos alumnos de sectores pobres no logran sacar puntajes suficientes para estudiar lo que sueñan o cuando logran quedar en la Universidad, en la carrera que sueñan, sus padres no pueden mantenerlos. Debió enfrentar esa realidad, en el 2006, de cara al movimiento pingüino, cuando le correspondió presidir el Comité Asesor Presidencial que convocó la ex presidenta Michelle Bachelet.
– De eso han pasado quince años y en el 2019 fueron nuevamente los secundarios quienes exigieron cambios estructurales al modelo: – ¿Cómo vivió el estallido? –
– No estoy absolutamente de acuerdo con la manera como las cosas se dieron, porque hubo violencia y falta de respeto, pero la demanda expresada llegó a todas partes del país y se discutió en el congreso y en el ejecutivo. Ciertamente que detrás de esa especie de estallido social hay un conjunto de solicitudes legítimas y necesarias que requieren respuestas. Fue una experiencia que marcó a Chile para mejor hacia adelante.
Terremoto educacional
Por otro lado, el país como el resto del mundo enfrentó una pandemia y, en consecuencia, un cierre de los colegios nunca antes visto. Situación que derivó en una controversia entre el ministro de Educación, Raúl Figueroa con el presidente del Colegio de Profesores, Mario Aguilar. Ambos estuvieron en veredas opuestas respecto a si los niños y niñas deberían regresar o no a la escuela. Incluso se escuchó decir al ministro de Economía, Lucas Palacios que los profesores eran flojos, y los docentes respondieron que no era justo defender la visión economicista del modelo poniendo en riesgo la salud de los estudiantes y la de sus familias. Mientras tanto, en los hogares las familias hacían malabarismo por transformar los espacios de la casa en una escuela y, en muchos hogares, se endeudaron en comprar computadores, impresoras, tablets y celulares para que sus hijos no quedaran excluidos de las clases a distancia.
Para García-Huidobro esta discusión fue políticamente errática: “Me parece que, durante la pandemia con todas las complejidades, el Ministerio debiera haber dejado la responsabilidad en los establecimientos, por dos razones: porque no todos los colegios enfrentan situaciones iguales y porque son ellos los que saben si tienen los recursos y las capacidades para hacer guías y repartirlas e implementar una escuela a distancia”, dice.
-La pandemia se extendió a dos años dejando a una gran cantidad de niños y niñas excluidos por no tener conexión a internet: ¿Le preocupa que esta generación aprenda menos? –
-Yo tengo una visión matizada. Ciertamente la pandemia aumentó el uso del computador, incluso se tuvieron que regalar computadores en sectores con situación de pobreza. Ese impacto nos va a acompañar por el resto de la vida y es posible que haya ahí una oportunidad. Pero desde el punto de vista del aprendizaje de niños y niñas se va a resentir y lo estamos viendo en los informes. Obviamente hay más menoscabo del aprendizaje en los sectores populares por un tema habitacional y para esos niños la pandemia va a significar una experiencia compleja. El balance general lo vamos a tener que hacer más adelante, porque uno no sabe que si desde el dolor y la pobreza surge una riqueza que ni siquiera sospechamos. Pero en lo concreto hoy día los niños y las niñas no están teniendo los mismos estímulos y apoyos que normalmente reciben en la vida escolar, eso es claro.
El libro v/s la tablet
– ¿Y se puede decir que la tecnología se ganó el lugar para acompañar definitivamente a los estudiantes en la sala de clases? –
– A mí me gustaría aceptar esa afirmación como cierta, pero me genera ruido; todavía no es transparente su valor como lo es el valor del libro. Todavía enfrentamos una especie de dualidad tecnología-profesor, que aún no logra sintetizarse cabalmente. Pero vamos bien encaminados y la pandemia puede ser un hito importante porque nos ha obligado a avanzar, en este campo, a una velocidad inesperada. A mí me preocupa la responsabilidad que tiene la Universidad, en sumar estas nuevas herramientas a la formación de los profesores y ocupar, así, de la mejor manera la educación a distancia, ambos fenómenos se deben hacer muy bien.
– ¿Este año las cifras de admisión a las carreras de pedagogía se vio reducida, hubo menos interés en matricularse para ser profesor? ¿Qué razones ve detrás? –
-No tendría una explicación. Hay fenómenos históricos como los salarios de los profesores que, aunque han mejorado sustancialmente desde la dictadura, siguen siendo insuficientes. Se sabe que estudiando pedagogía se va a estar económicamente bien recién a los 50 años, pero una persona que empieza a trabajar a los 25 tiene inmediatamente necesidades económicas muy fuertes: matrimonio, hijos, instalación de casa, etc. Por eso para hacer más atractiva la carrera es preciso mejorar los sueldos porque son muy parejos, acotados y la carrera es una meseta plana; debiera haber desde antes un mejor ingreso, aunque después el mejoramiento vaya siendo más lento. Otro aspecto es que, a diferencia de otras disciplinas, los profesores no pueden complementar renta con los llamados “pololitos” porque su trabajo es muy exigente.
Y el prestigio, también, sigue siendo acotado; son pocas y excepcionales las personas que entran a pedagogía como la carrera en la que soñaron desde que tenían doce años; suele ser más bien una carrera a la que se opta cuando otras oportunidades se cierran. Además, es una carrera difícil, donde necesariamente debemos trabajar en grupos y, aunque eso se ha ido mejorando, y uno ve cada vez más escuelas y colegios en los que hay comunidades activas, con consejos de profesores donde se discute y se analiza, todavía esta instancia no es universal y un profesor o profesora no puede trabajar solo.
La nueva arquitectura constitucional
Otro de los eventos esenciales que vivió este 2021 fueron las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo. El académico cuenta que durante la campaña de los constituyentes firmó públicamente junto a varios premios nacionales, profesores y académicos una carta para apoyar como constituyente al sociólogo de la Universidad de Chile Cristián Bellei con quien ha trabajado en diversos estudios. En esa carta defendió la idea de que “la nueva Constitución debe avanzar en ámbitos claves para la educación del siglo XXI, tales como la formación de las personas a lo largo de toda su vida, la educación para la sustentabilidad medioambiental y la preparación para una ciudadanía democrática activa”. En ese sentido, decía “es decisivo que haya miembros de la Convención Constituyente que conozcan a cabalidad el tema educacional”.
– ¿Y fue a votar? –
-Por supuesto.
– ¿Y ganaron algunos de sus candidatos? –
– Me fue razonablemente bien con mis representantes, tenemos a 20 profesores electos y uno no puede sino alegrarse. La Constitución tiene que contener una parte sustancial sobre el derecho a la educación y que participen personas que la están viviendo, por supuesto, que ayuda al debate. Aunque a esta edad uno puede decir que la educación nos toca a todos, quien no es profesor es papá o mamá, tío o tía y, desde ese punto de vista, que haya profesores es relevante, pero el tema educativo en una nueva Constitución trasciende a los profesores. Identificar demasiado educación con profesores es un defecto de fábrica nuestra, no es ineludible, yo creo que la educación tiene una amplitud mayor que la del magisterio.
“Estoy muy optimista y esperanzado de lo que se nos viene”
– ¿Usted es de los que cree que la Convención va a ser una bolsa de gatos o que llegaran a acuerdos y va a ser un avance histórico para el país? –
-Lo veo sumamente positivo; es una oportunidad que Chile se da y que muy pocos países tienen en un momento tan oportuno. A mí me ha impresionado la seriedad con la que la gente está tomando el tema y el entusiasmo y la voluntad de que esto sea para mejor. Porque cambios constitucionales por gotitas hemos tenido siempre, pero la gracia es que exista la posibilidad de remirar la Constitución desde cero. Va a ser un adelanto para Chile, no solo por el texto sino por la experiencia del debate; estoy muy optimista y esperanzado de lo que se nos viene con esta Convención y quienes la integran.
– ¿Usted estaría disponible si un constituyente se acercara a pedirle ayuda para redefinir el derecho de la educación pública? –
– ¡Por supuesto que sí! Creo que todas y todos los docentes podemos aportar en esa definición.
-Usted defiende el progresivo mejoramiento del sistema educativo de los últimos 30 años, pero tenemos muchos baches todavía, tal vez el mayor es que permanece la tremenda desigualdad. ¿Qué hito le gustaría ver que aún no se cumple? –
-La meta a la que debemos aspirar es llegar a la misma educación para todos y todas, de modo que las escuelas sean un espacio en el cual todos(as) convivan y se conozcan, antes de que surjan y se consoliden los prejuicios de clase, eso me gustaría verlo.
-Se acaba de proponer que los colegios particulares de forma obligatoria acepten una cuota mínima de estudiantes de bajos recursos de forma gratuita. Es como la película Machuca. ¿Usted ve en esta medida una política de parche para enfrentar la desigualdad? –
-Creo que puede ser una buena política, si la “medida” se toma con el convencimiento de que se trata de un paso adelante hacia una mejor formación para todas y todos y no como una mera “dádiva” para los más pobres.
– ¿Según su experiencia qué debe pensar de sí mismo y de su rol un profesor en un país como el nuestro? –
-Es difícil decir en qué debe pensar un profesor. Su tarea siempre tiene la belleza y la complejidad de ser, el instalador de las condiciones para que la historia siga: traspasando el pasado a la generación que está naciendo y, por otra parte, ayudando a la generación actual a mirar con nuevos ojos el presente.
-Muchos jóvenes se quejan que los profesores no los entienden. – ¿Cómo se puede mejorar el diálogo con los estudiantes? –
-Los alumnos tienen obviamente una responsabilidad importante en su formación, pero esa responsabilidad está atravesada por cosas tales como la misma juventud que los hace menos reflexivos; por otro lado, hay una confrontación con las instituciones porque les ponen reglas y eso genera tensión. Lo que el profesor transmite o comunica no les llega a los alumnos con la claridad con la que el profesor quisiera. No es fácil; de hecho, se da una paradoja: mientras más rápidos son los cambios más densa, robusta y dinámica debe ser la educación para que los jóvenes se incorporen a ese cambio y, por otro lado, es más difícil porque la distancia cultural que media entre la escuela y los jóvenes es mayor que cuando el cambio es más lento.
-Hablando de nuevos momentos históricos tenemos que el Instituto Nacional desde este año matriculó a mujeres: ¿Lo ve como un avance en la igualdad? –
-Ese es un gran salto; yo lo veía venir, pero costó porque tuvo mucha resistencia desde adentro del colegio. Creo que es algo que llegó para quedarse. Tener una educación que prepara para la vida separada por sexos es muy raro, llegamos a eso, pero nunca tuvo mucha lógica.
Evaluación estandarizada
– ¿Cuánta vida le queda a esa competencia brutal que enfrenta a los colegios con los rankings de puntajes? –
-Esa competencia de una u otra manera la tenemos en todo el mundo, no es solo un problema chilensis y tiene que ver con la alta demanda por determinadas profesiones. Eliminar esa competencia es bien complejo, se tiene que hacer desde la solidaridad a largo plazo y supone una sociedad más igualitaria y con salarios más homogéneos.
– Y desde su mirada: ¿Las pruebas estandarizadas tienen vida eterna? –
-Tengo la impresión que se van a matizar en el sentido que hay aspectos en los que estas pruebas funcionan muy bien, en las matemáticas, por ejemplo; pero, en otras materias como la historia cuando lo que interesa es la experiencia de releer el presente, eso es casi imposible hacerlo en las pruebas objetivas porque permiten con más dificultad la interpretación y la creatividad. Ahora bien, muy probablemente vamos a tener cada vez mejores pruebas estandarizadas que logren evaluar otras capacidades como la oralidad. Un problema que tienen los profesores es que no tienen mucho tiempo para interrogar a los alumnos frente a sus compañeros, porque eso supone cursos más chicos, pero hoy se suma el urgente desafío de evaluar la habilidad comunicativa de los niños y niñas.
-Mirando hacia atrás: ¿Volvería a dedicarse a la docencia y a investigar la educación? –
-Yo lo pasé muy bien haciendo lo que hice, pero ser profesor no fue una decisión muy libre, primero fui jesuita y me retiré cuando comencé a estudiar teología y recién ahí tomé el camino de hacer clases. Me gustó enseñar, y me he sentido siempre muy satisfecho y realizado.
– Y como político: ¿Tiene alguna autocrítica de su gestión durante los gobiernos de la democracia? –
– Creo que a comienzos de los noventa ya estaba claro que la municipalización de la educación tenía problemas severos de eficiencia y de equidad, sin embargo, se postergó el enfrentamiento del tema.
– Y, por último, las carreras universitarias son largas en nuestro país: ¿Usted es de los profesores que mantiene una comunicación con los egresados? –
-No. Los vínculos permanentes desaparecen, tengo reencuentros entretenidos, pero infrecuentes. Aquí hay una tarea que las universidades hacen muy poco: seguir las experiencias de sus egresados. Si los actuales estudiantes, en diferentes etapas de su formación, tuvieran la oportunidad de tener contactos con egresados que actualmente trabajan, sería un plus muy alto para la formación que están recibiendo.
Candidato al Premio Nacional
– ¿Está expectante con esta candidatura al Premio Nacional? –
– Por supuesto, pero menos que la primera vez, la que viví hace un par de años.
El profesor Juan Eduardo García Huidobro, candidato al Premio Nacional de Ciencias de la Educación 2021, termina esta conversación desde su casa en la comuna de Providencia donde a través de clases virtuales continúa formando a nuevas generaciones de docentes, evaluando proyectos y dirigiendo investigaciones. Lo bonito es que su pensamiento que cultivó en la década del 70, que decía que la educación no puede ni debe ser un bien privativo de quienes pueden permitirse pagar por ello, permeó en el siglo XXI, y hoy es un lugar común en las casas de los chilenos, en la calle y en todas las esferas del poder. “Al fin estamos todos en la misma batalla”, dice.