Fuente: La Tercera.com
El sociólogo y académico emérito de la UAH, Jorge Larraín, autor del libro Identidad Chilena (2001), analiza en esta entrevista los factores que tensionan la identidad nacional.
Si los ritos pueden expresar un concepto tan esquivo como el de identidad chilena, ¿qué pasa con ellos, y con esa identidad, en un “18” con restricciones sanitarias?
En general, todas las identidades nacionales cumplen con cierta ritualidad donde se expresa el significado que tiene esa cosa que llamamos identidad: se manifiestan sentimientos y al mismo tiempo se reaniman las historias, las narrativas de la nacionalidad. Son cosas importantes. Los seres humanos somos esencialmente ritualísticos, en el orden espiritual y hasta en el fútbol. Todo tiene sus ritos: para marcar el sentido de comunidad, de expresar lo que somos, por lo que uno deduce que, cuando la expresión de esa ritualidad es frustrada por acontecimientos como el que estamos viviendo, que impide las fondas, impide las reuniones grandes, las salidas de la gente, eso tiene un resultado en el ánimo, una cierta frustración por no poder expresarse.
Son días de desborde, de fiesta masiva, de música. ¿Qué puede implicar su ausencia?
Que eso tenga una proyección mayor, lo dudo. Los seres humanos hemos aprendido que tenemos que adaptarnos a ciertas situaciones de la vida donde hay cosas más importantes que otras, como mantener la salud y no provocar un colapso nacional con personas muertas. Eso tiene preeminencia y, por lo tanto, uno está dispuesto a no ser expresivo en esta oportunidad.
En paralelo, ¿hay algo en los símbolos de lo nacional que esté en tensión, especialmente después de octubre?
No sólo son los signos externos y rituales, también lo que está más abajo. Podríamos decir que estamos en un período de crisis de la identidad chilena. Este es un momento de preguntas sobre lo que somos, y ya nadie se atrevería a hablar del “Chile, uno solo” tan fácilmente como quizá pudo hacerlo antes. De todas maneras, uno siente algo con la chilenidad, aferrándonos a las pocas cosas que van quedando en común (por ejemplo, qué va a hacer la gente el “18”, si se va a preocupar de la comida, de las empanadas, del vino, de la música). Todo eso que se puede mantener, sin ofender ni ofenderse mucho, se va a mantener, pero las grandes expresiones comunes solidarias no son ya tan habituales. Tenemos un período de mucha violencia, y lo que está detrás de esa violencia es una rabia contenida muy importante. El país ha tenido, a ojos de mucha gente, grandes fracasos, y por lo tanto hay un sentido ya no sólo de desazón, no sólo el malestar de la cultura, sino explosiones de rabia destructiva, y no es algo que haya empezado súbitamente el 18 de octubre. Es algo mayor y marca, ciertamente, un cambio cualitativo.
Por lo tanto, esta es una fecha en la cual nuestra identidad está en juego, en que la gente está redefiniendo los parámetros de esa identidad. Estamos en un proceso de búsqueda y de intranquilidad, y la pregunta por quiénes somos realmente está saliendo de nuevo. En tiempos de tranquilidad, de paz, la gente celebra con los ritos tradicionales mucho más fácilmente. Ahora nada es tradicional: no existe una unidad nacional aparente, ni en las comunas ni en el Parlamento, ni en el gobierno, ni en la oposición ni en ninguna parte. Las divisiones crecen por todos lados, hay un problema que ciertamente afecta la identidad, que desata un proceso de nueva búsqueda, de necesidad de reconstrucción…
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